No lo puedo evitar. No dejo de ver una y otra vez a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, presidente y vice por la gracia de -al menos- nacionalistas y regionalistas, en la escena final de Con faldas y a lo loco, esa obra maestra de Billy Wilder con ya 60 años de historia. Ahí los veo, en la embarcación. A Pablo, en el papel de Jack Lemon, quitándose la peluca y descubriendo su masculinidad: “soy un hombre”, a lo que Pedro responde “nadie es perfecto”. Es decir, todos los defectos que el secretario general de los socialistas veía en el líder de Unidas Podemos como socio de gobierno se quedaron en agua de borrajas en solo 48 horas.
Vamos de sobresalto en sobresalto. Primero, el de la propia convocatoria del 10N, luego sus resultados, sobre todo el aumento del partido de ultraderecha. Después el adiós de Albert, quien muy a su pesar pasará a la historia de la democracia española como el líder que no supo aprovechar la gran oportunidad de consolidar un partido de centro, y prefirió competir con el PP por el espacio de la derecha, con los resultados por todos conocidos. Más tarde, ese abrazo -posterior a la firma del acuerdo de gobierno- entre los líderes que comparten solemnidad conjunta el 29 de junio.
En muchos meses han pasado pocas cosas, y ahora todo de golpe. Los del tsunami cortando la frontera francesa, y los medios contando cuántas personas detienen los galos y cuántas los Mossos. Y erre que erre, la sentencia ya está aquí. Menos mal que todo ocurre en una semana sin jornada de Liga en Primera División. Los españolitos estamos preparados para casi todo, pero, por favor, que nos regulen estos sobresaltos.
España necesita un gobierno estable, y no sé si esta fórmula será una garantía, pero merece una oportunidad. No debemos demonizar a priori este pacto, aunque haya sido mal concebido. Si finalmente Pedro Sánchez y Pablo Iglesias cuentan con los apoyos necesarios para gobernar será el momento de empujar, y no poner palitos en las ruedas. Será algo inédito en la historia de España, y merece una oportunidad. Al menos los 100 días de cortesía que todo nuevo Ejecutivo merece, pero en este caso me da la impresión de que no va a existir mucha consideración. Valga el pareado.
