Cuando yo era madrileño el apellido de Gibraltar era español. Sin más. Sin debate. Sin apostilla. Con sus aguas. Con su puerto. Con su istmo. Ahora que soy andaluz por sentimiento, convencimiento, el fluir de sangre tosiriana por mis venas y casi 30 años vertebrando esta tierra, muchos de ellos en la novena provincia, pienso en Gibraltar without surname. Porque, ya se sabe, todo depende del cristal con el que se mire.
A casi mil kilómetros de distancia, el Peñón, en el siglo XX, era el epicentro de un contencioso en el que los diplomáticos españoles rozaban la obsesión, heredada de sus antecesores. Sabiendo que los británicos acomodan al diablo en el detalle, y ya nos la han jugado a lo largo de la historia, nuestros secretarios de estado, directores generales y jefe de las oficinas de Gibraltar en el MAE usaban el microscopio para tratar de detectar las jugarretas del Foreign Office o diseñaban soluciones imaginativas como el uso conjunto del aeropuerto con un saliente que estuviera en La Línea para que así nuestros policías y guardias civiles no pisaran suelo británico, tal y como contemplaban los Acuerdos de Córdoba. Pero, amigos, esto ya ha cambiado.
Estamos en el siglo XXI, y habrá que pensar en algo que no sea reclamar la soberanía en contra de los deseos del pueblo de Gibraltar. Que le pregunten a China cómo se lleva eso de recuperar la soberanía del territorio contra la voluntad de los ciudadanos de Hong Kong. Que una ministra española se siente un ratillo con el ministro principal del Peñón no puede suponer que, de oficio, nos rasguemos todos las vestiduras, y pensemos en lapidaciones. Probablemente, la foto de ese encuentro fue un error, pero el encaje de una solución para Gibraltar requiere mucho diálogo, sobre todo ahora en puertas del Brexit, y con el Peñón dispuesto a integrarse en la unión aduanera de la UE.
Es la oportunidad de dejar las banderas en la vitrina y dialogar por el bien de Gibraltar y su Campo. Aparquemos la soberanía. Nadie renuncia a ella. Simplemente, pensemos ahora en el bienestar de las personas de ambos lados de la verja, y untemos la tostá con manteca colorá por los dos lados para los trabajadores fronterizos de La Línea de la Concepción, que ya es hora y se lo merecen.
(Felicidades a los linenses por los 150 años del nacimiento de su municipio)