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San Fernando

No era una plaza, era un museo

La crisis terminó con la esencia de algo que nunca se explicó bien y se entendió peor, el concepto de arte urbano que murió de inanición.

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  • Protestas de los vecinos -

Lo decía un hombre que lo sufre en sus carnes, Antonio Aparicio Mota, como lo dicen muchos otros que ven cómo la cultura es el pariente pobre de los políticos, la alegría gratis del resto del mundo. Los políticos no invierten en cultura por miedo, porque temen que los votantes les pidan cuentas de en qué gastan el dinero. Y tienen miedo ahora que la crisis obliga a prescindir de todo lo suntuario y lo tenían antes, cuando las vacas gordas permitían poner sobre la mesa lo que ahora es impensable.

En esa afirmación se condensa el auge y final de la Plaza de las Esculturas, aunque ni tuvo el  auge que se había pensado ni el final está claro para nadie, salvo para los que piensan que simplemente hay que hacer un terrado para que pasee la gente, a ser posible con sombra y unos banquitos y poco más. Lo elemental.

Pero se ha olvidado que la  Plaza de las Esculturas era mucho más que un recinto cerrado, feo donde los haya aunque el libro de gusto está en blanco, y sobre todo, sin terminar. Porque quizá eso es lo que ha matado la idea original -original por ser primera y original de originalidad en San Fernando, que en otras ciudades es algo común y aceptado- la ha matado el hecho de no estar terminada.


La idea partió de la antigua Gerencia de Urbanismo, entonces capaz de terminar cada ejercicio con un superávit de más de tres millones de euros que servían al Ayuntamiento para pagar sus déficit y formaba parte de una más amplia, de un concepto de arte urbano que no se limitaba a la Plaza de las Esculturas, sino que abarcaba toda la ciudad.

Concurso de esculturas
El concurso de esculturas que se celebraba cada dos años estaba llamado a ser el encargado de suministrar las obras a la plaza, con esa cadencia, hasta que la plaza estuviera repleta de obras. Tal es así que el concurso comenzó antes de terminarse la plaza y obras como la antorcha que está en la calle Arenal ocupa un lugar provisional en la rotonda, cuando en realidad tenía como destino final la Plaza de las Esculturas.

Pero no era solamente en la Plaza de las Esculturas. Prueba de ello es el camaronero que existe en la plaza del Rey, antes en la esquina de Real con Isaac Peral, el lugar donde el hombre vendía con su cesto cada día.

A esa obra, cuyo autor precisamente es Antonio Aparicio Mota, le iban a seguir otras similares dedicadas a personas que encarnaron un oficio ahora desaparecido, como el cartero con su bolsa inmensa de cuero colgada al hombro que se ubicaría en la puerta de Correos, como no podía ser de otra forma, o el vendedor de periódicos, que iría ubicado en la calle Real a la misma altura que estaba el  quiosco de prensa cuyo vendedor salía a acercarle el diario a conductor que se paraba, cliente habitual.

Como esos ejemplo, otros que irían sembrando San Fernando de figuras conocidas por muchos y que conocerían las nuevas generaciones gracias a esa idea que se vio interrumpida de repente por la crisis y por discrepancias de algunos que no veían la cultura como algo rentable políticamente. Lo que se decía antes.

Baste recordar que además del camaronero, que es el único que se hizo o la estatua de la antorcha en la calle Arenal, más las que existen en la propia Plaza de las Esculturas, mucho se habló a principios de este siglo de la escultura urbana.E incluso la construcción de los edificios de la rotonda de Hornos Púnicos forman parte de aquella idea general de inversión en cultura, en esculturas, como un atractiv oturístico en este caso para la ciudad y como un regalo para el espíritu. 

Concurso de ideas
Pero volviendo a la Plaza de las Esculturas, su diseño es fruto de un concurso de ideas en el que quedaron tres finalistas, uno de los cuales fue el de las albercas. Sólo que ese diseño ganador tenía mucho de árabe y fue retocado hasta quedar lo que existe en la actualidad.

Sin embargo, la idea de “sembrar” de esculturas toda la ciudad había contemplado otras posibilidades anteriormente. El propio Aparicio Mota había propuesto  que se hiciera en el Parque del Oeste, de forma que la gente pudiera ver las esculturas desde fuera, algo que no ocurre en el actual emplazamiento porque además su ubicación no hace las veces de escaparate que podía hacer aquella zona verde.

Los acuerdos con la familia Ballester Almadana, traducidos en convenios, permitieron tener a disposición del Ayuntamiento la mitad de lo que fue el antiguo campo de fútbol Marqués de Varela, por lo que se decidió que era el  lugar ideal para poner en marcha la idea, una vez elegido el proyecto ganador del concurso realizado al efecto.

No se trataba, pues, de una plaza el uso, sino de un museo y las albercas estaban pensadas para dar fresco a una zona donde no se contemplaban árboles, a la vez que como elemento disuasorio que evitara que las esculturas sufrieran los embates de los bárbaros y demás gente de mal actuar.

La plaza más cara
Así fue como se construyó la plaza más cara que haya tenido San Fernando nunca, no tanto por su precio, cercano al millón de euros, como por su poco lucimiento. Poco después de inaugurarse, e incluso antes, ya había muerto la idea que la hizo nacer y con la llegada de Manuel María de Bernardo a la Alcaldía, cualquier atisbo de invertir en cultura.

El resto lo hizo la crisis económica que ya se asomaba, además de los socios de gobierno de los andalucistas, el Partido Popular, que desde el principio no vieron con buenos ojos lo que se quería hacer y confabulaban con los vecinos para intentar que el día de mañana, cuando gobernaran ellos, se convirtiera en una plaza al uso dejando enterrado el millón de euros largo que costó.

Por ahora sigue ahí. Unas veces con agua y otras sin agua, unas veces limpia y muchas veces sucia y por supuesto, con las mismas esculturas que cuando se inauguró.

El  gran error del diseño de la plaza

El gran error que cometieron los promotores de la idea es que sólo pensaron en la parte artística, y no es esta una conclusión del firmante de este reportaje, sino lo que se entresaca después de releer las opiniones de los dirigente vecinales y de los propios vecinos recogidas en la hemeroteca de este periódico. Además de las opiniones de los políticos de la oposición, que desde el principio se posicionaron en contra.

No es la Plaza de las Esculturas el único ejemplo de proyecto realizado sin tener en cuenta a los usuarios, y basta con pasar por la estación de Renfe en Bahía Sur para darse cuenta de cómo un arquitecto que no sabe cómo soplan los vientos en esta tierra, se olvida de resguardar del calor o del aire o de la lluvia -o estos dos últimos juntos- a los pasajeros. 

En una tierra del sur, aunque las temperaturas no sean muy elevadas en verano, no se puede concebir una plaza sin sombra, aunque se trate de un museo, por lo que al diseñarla sólo como museo y no pensar en los visitantes se granjeó inmediatamente la oposición de los vecinos.

A esa oposición se suma lo que los distintos gobiernos municipales y las delegaciones específicas  pusieron de su parte. Falta de limpieza constante en un lugar con agua, falta de vigilancia para evitar las pintadas y luego poca diligencia en borrarlas, más la inviabilidad de un lugar que no cumplía con las condiciones mínimas para disfrutarlo -ni con esculturas que admirar- hicieron que se desvirtuara hasta desaparecer la buena intención del Ayuntamiento, a través de la Gerencia de Urbanismo.

Al día de hoy, olvidado ya todo lo que se ha contado en este reportaje y los verdaderos motivos de su nacimiento, se ha convertido en una patata caliente porque ni hay dinero para reemprender el camino original ni valor para gastarlo en arte. Vade retro.

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