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Rota

De lujos y tartas de tres chocolates

"Ella se encuentra durmiendo en la parte de delante de un camión, mientras su marido no sin dificultad, abre su negocio de churros"

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Soy más que consciente,   que no es un  tema inédito el que abordo hoy, (desafortunadamente).  Desconozco cuántos ríos de tinta se habrán extendido para opinar o informar, sobre lo surrealista de los tiempos en que vivimos; donde unos desayunan con champagne francés, (con ayuda de lo ajeno, y sin permiso); y otros se van a ´dormir´, preguntándose cómo sobrevivirán mañana.
Ésto se lo adelantaba  hace unos días a mi amiga Sonia, mientras paladeaba su tarta de tres chocolates. Créanme: la  más buena del mundo. Momentos éstos, que yo denomino  como ´momentazos´.

La  manía que me caracteriza de estar de pié en determinados  sitios mientras espero,  hizo  que me percatase de su presencia incluso antes de atravesar  la puerta de entrada a aquella gran sala de espera.  Desde el segundo uno de su ´puesta en escena´,  esa chica acaparó la atención de quien suscribe. Tras ello, una sucesión de gestos. Si existiese una coreografía creada para representar los malos augurios, ella lo simbolizaba al milímetro.  Tendría alrededor de treinta y cinco años.  Con gesto visiblemente intranquilo, se acercó a los que allí estábamos. A continuación  respiró hondo y despacio hasta en tres ocasiones, para luego persignarse.  Quizás por el hecho de estar rodeados de batas blancas, admito  que mi imaginación se precipitó a deducir que se trataba de algún  vaticinio diabólico que se cernía sobre un diagnóstico, suyo o cercano a ella.  Nada de eso.
Su  ´estrategia´ para ser vista por todos,  no la dejó en manos de la improvisación, y por ello se colocó en el centro de la sala.   Dio los buenos días en voz alta. Después  nos rogó a todos  nuestra atención, para a continuación hablar de muchas cosas. La primera de la cola del paro, pasando por un deshaucio, (inminente además). Su recital no olvidó la mención a tres hijos, y del desespero que le causaba no poder mantenerlos.  Su vehemencia mientras  exponía la crónica de su vida,  hizo que mi atención fuese incapaz de dirigirse  a  ninguna otra parte. Cada frase resultaba brutal.  Con objeto de corresponder en lo que para mí resultaba ineludible, me acerqué extendiendo mi mano, no sin  dificultad, por la parálisis momentánea que me había provocado aquella representación de connotaciones trágicas. Cuando esa mujer se fué, -no sin antes agradecer a todos los presentes la ayuda recibida-, me quedé pensando……muchas cosas. Por ejemplo que aquello no era fruto de una noticia, de esas que nos parecen lejanas. Era real como la vida misma; tangible,  como la amargura que transmitía aquel alma en pena, y que afortunadamente  vimos despedirse con una sonrisa: el gesto más notorio de agradecimiento que había visto en mucho tiempo.

Se me vino a la cabeza también, esa señora de edad avanzada,  que, por su apariencia física,  irremediablemente me recuerda a mi madre, y a la  que veo por las mañanas cuando salgo a correr. Siempre que paso a su altura, ella se encuentra  durmiendo en la parte de delante de un camión, mientras su marido no sin dificultad, abre su negocio  de churros antes de las ocho de la mañana. Soy de la opinión,  que roza lo denigrante que personas cercanas al grupo de los octogenarios,  hagan algo distinto a todo aquello que sea descansar,  y disfrutar de una vida, (por méritos propios), más cómoda y contemplativa.

A la vuelta de mi sempiterno paseo,  desfilo por comercios varios; algunos bares, así como mi frutería favorita. Todos los que regentan esos establecimientos, llevan escrito en la cara “somos gente honrada y trabajadora, a ver cómo se nos da el día,   que tenemos que sacar esto adelante”.  Y todos con algo en común: un rasgo de felicidad generalizada, (con la aquiescencia de las dificultades que como es obvio, todo el mundo ´hospeda´en su cabeza).
El desayuno con champagne francés, o cuestiones similares: francamente, no los necesito. Es más; en si, como hecho aislado y sin contexto o razón, puede resultarme displicente.

Me quedo con los buenos días del señor del puesto de churros; con el saludo de los que, -por el hecho de vernos diariamente a la altura del pinar-, levantan la mano. También  con la sonrisa del personal de mi frutería preferida.  Y selecciono todas esas cosas, porque para mí ese es el lujo: esa es la opulencia. Prefiero mil veces todo ese mundo que se levanta a mis pies por las mañanas. Antepongo  todo lo anteriormente detallado, y añado el deseo más sincero  que la chica que apareció como de la nada en aquel hospital, encuentre pronto el mundo de ´ostentación´ que disfrutamos la mayoría, y que muchos menosprecian de forma tan enfermiza como reiterada.

Declino, -con el debido respeto hacia quienes lo practican-,  los desayunos con champagne francés y derivados.  Sin duda me quedo con otras cosas. Por ejemplo, la llamada de mi hermana por las mañanas. O con el sabor de mi zumo de naranja de las doce; sensación ésta, intensificada desde que la vida me dio la segunda oportunidad de paladearlo.  Abrazo también las miradas cercanas, así como  la suerte de poseer  algunas combinaciones de números que me llevan a comunicarme con personas que están siempre, incluso cuando no pueden contestar.   Nada comparable tampoco con la sensación de un mensaje por las mañanas de aquella persona que empezó a entrar en tu vida de forma distinta al resto, así como de su, “qué tal el día…” en un mensaje, cuando menos lo esperas. O aquella otra, que le emociona contarte que por fin encontró trabajo. ¿Cuál es el precio de saber  que una madre, (o una hija), ha llegado a la meta tras atravesar una convalecencia más prolongada y ardua de lo que le vaticinaron en un principio?.

Rehuso al concepto que tienen algunos de la abundancia, para quedarme, (sin el menor atisbo de duda),  con todo lo expuesto.  Todo lo que antecede, es infinitamente más valioso que aquel  ingente patrimonio, que a cambio de medios puramente materiales, no  puede ni podrá conquistar. 
No insistan: no intenten convencerme de otra cosa, (sonrio): me quedo con todo eso. Y por supuesto,  con la tarta de tres chocolates.

Mientras el rio corra, los montes hagan sombra y en el cielo haya estrellas, debe durar la memoria del beneficio recibido en la mente del hombre agradecido. Virgilio Marón.

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