No es la primera vez y sé taxativamente que no será la última, que hablo sobre los derechos y deberes ciudadanos. Y tampoco será la última -permítanme la redundancia- que lo hago en esta doble vertiente. Hablar de derechos esta unido inexorablemente a hablar de deberes. Lo uno sin lo otro, como dicen algunos y algunas “no va”. Y no va, porque el derecho individual no puede colisionar en primer lugar con el derecho colectivo y en segundo, con los derechos individuales de los otros y las otras que, aunque a veces nos parezca mentira, también tienen los suyos. Exactamente los mismos que los nuestros. El otro día, este humilde cronista -todos somos arte y parte, no sólo los periodistas, que también- vivió con desasosiego cómo el derecho de algunos y algunas “conculcaban” el de muchos y muchas. Y es que, cuando no se permite hablar a los representantes legítimos elegidos democráticamente, según la legislación vigente, se está “amordazando”la libertad de todo un pueblo a expresarse a través de sus representantes. No quiero ser extremadamente duro, pero llegado este momento tenemos que ser “contundentes”. No es de recibo -no entro si con razón o sin ella sobre lo que se protestaba-, que se formara lo que se formó el día que se celebró el pleno municipal, o mejor dicho, se intentó celebrar. Es muy grave lo que allí ocurrió -posiblemente los actores ni siquiera tienen constancia de tal circunstancia-, lo que no les exime de la responsabilidad de la acción. En esta ciudad durante muchos años se inculcó la ‘cultura de la confrontación’. La ‘Ciudad- Estado’, modelo que se acuñó, necesitaba para su sustento un “adversario o enemigo” y un lugar donde visualizarlo. Los adversarios o enemigos eran como los “molinos de Don Quijote”, o sea, todo lo que se movía y servía para alimentar la animadversión valía. El lugar ya lo sabemos ‘Las puertas del Ayuntamiento’. No hay acontecimiento en nuestra querida ciudad que no termine en el Consistorio. El asunto da igual. Asuntos privados, públicos, individuales, colectivos. Todo comienza o termina allí. Durante muchos años de construcción democrática se cimentó una frase que todos hemos repetido alguna vez: “Contra la razón de la fuerza, la fuerza de la razón”. Quién imaginaba que después de algún tiempo íbamos a invertir el orden, no ya de la frase, sino de los actores. Normalmente, cuando se hacía uso de este lema, nos estábamos refiriendo a que no necesitábamos ‘acciones’ de fuerza que constriñeran el derecho a la libertad tan ansiada, antes al contrario, queríamos decidir nuestro presente y futuro sin más yugo que el convencimiento de la “palabra y la razón” a través del respeto a la ciudadanía y sus instituciones. Quién iba a decirnos que décadas después, tendríamos que volver a reivindicar la “fuerza de la razón” precisamente a quienes son los responsables del orden en nuestra ciudad y que han terminado ejerciendo “la razón de la fuerza”.
La fuerza de la razón
El actual ?Estado de Derecho? nos otorga la libertad para que todos y todas podamos ?participar? en los asuntos que nos conciernen.
No es la primera vez y sé taxativamente que no será la última, que hablo sobre los derechos y deberes ciudadanos. Y tampoco será la última -permítanme la redundancia- que lo hago en esta doble vertiente. Hablar de derechos esta unido inexorablemente a hablar de deberes. Lo uno sin lo otro, como dicen algunos y algunas “no va”. Y no va, porque el derecho individual no puede colisionar en primer lugar con el derecho colectivo y en segundo, con los derechos individuales de los otros y las otras que, aunque a veces nos parezca mentira, también tienen los suyos. Exactamente los mismos que los nuestros. El otro día, este humilde cronista -todos somos arte y parte, no sólo los periodistas, que también- vivió con desasosiego cómo el derecho de algunos y algunas “conculcaban” el de muchos y muchas. Y es que, cuando no se permite hablar a los representantes legítimos elegidos democráticamente, según la legislación vigente, se está “amordazando”la libertad de todo un pueblo a expresarse a través de sus representantes. No quiero ser extremadamente duro, pero llegado este momento tenemos que ser “contundentes”. No es de recibo -no entro si con razón o sin ella sobre lo que se protestaba-, que se formara lo que se formó el día que se celebró el pleno municipal, o mejor dicho, se intentó celebrar. Es muy grave lo que allí ocurrió -posiblemente los actores ni siquiera tienen constancia de tal circunstancia-, lo que no les exime de la responsabilidad de la acción. En esta ciudad durante muchos años se inculcó la ‘cultura de la confrontación’. La ‘Ciudad- Estado’, modelo que se acuñó, necesitaba para su sustento un “adversario o enemigo” y un lugar donde visualizarlo. Los adversarios o enemigos eran como los “molinos de Don Quijote”, o sea, todo lo que se movía y servía para alimentar la animadversión valía. El lugar ya lo sabemos ‘Las puertas del Ayuntamiento’. No hay acontecimiento en nuestra querida ciudad que no termine en el Consistorio. El asunto da igual. Asuntos privados, públicos, individuales, colectivos. Todo comienza o termina allí. Durante muchos años de construcción democrática se cimentó una frase que todos hemos repetido alguna vez: “Contra la razón de la fuerza, la fuerza de la razón”. Quién imaginaba que después de algún tiempo íbamos a invertir el orden, no ya de la frase, sino de los actores. Normalmente, cuando se hacía uso de este lema, nos estábamos refiriendo a que no necesitábamos ‘acciones’ de fuerza que constriñeran el derecho a la libertad tan ansiada, antes al contrario, queríamos decidir nuestro presente y futuro sin más yugo que el convencimiento de la “palabra y la razón” a través del respeto a la ciudadanía y sus instituciones. Quién iba a decirnos que décadas después, tendríamos que volver a reivindicar la “fuerza de la razón” precisamente a quienes son los responsables del orden en nuestra ciudad y que han terminado ejerciendo “la razón de la fuerza”.
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