Caminar es la primera cosa que un niño quiere hacer y la última a la que una persona mayor desea renunciar. Caminar es el ejercicio que no necesita tener gimnasio. Es la prescripción sin medicina, el control de peso sin dieta y el cosmético que no puede encontrarse en una farmacia. Es el tranquilizante sin pastillas, la terapia sin un psicoanalista y el ocio que no cuesta un céntimo. Y además, no contamina, consume pocos recursos naturales y es altamente eficiente. Caminar es conveniente, no necesita equipamiento especial, es auto-regulable e intrínsecamente seguro. Caminar es tan natural como respirar.
Estas palabras de John Butcher introducen la Carta Internacional del Caminar, un documento creado por numerosos especialistas en la ordenación del espacio público con el fin de identificar las necesidades de los peatones y de proporcionar un marco común para ayudar a las autoridades a reorientar sus políticas actuales y sus actividades para crear una cultura donde la gente elija caminar. En nuestro país este documento ha sido ratificado por numerosas instituciones, siendo recientemente firmada por el Ayuntamiento de San Juan de Aznalfarache, municipio fundador de la Red de Ciudades que Caminan.
Sin embargo, a pesar de la sencillez de esta práctica y de los claros beneficios que conlleva para la sociedad, hemos de reconocer que hoy en día caminar por muchas de las ciudades de nuestra provincia resulta verdaderamente incómodo, cuando no imposible. Una situación especialmente injusta para aquellas personas que cuentan con algún tipo de diversidad funcional y que de esta manera ven limitados sus derechos fundamentales.
Si analizamos el caso concreto del centro hispalense, un lugar en el que debido a su importancia turística y comercial deberían ofrecerse condiciones óptimas para los viandantes, frecuentemente nos encontramos con aceras de dimensiones irrisorias o inexistentes en las que la no queda otra solución que compartir la calzada con automóviles a los que no se les indica ni siquiera un límite de velocidad. Una situación especialmente insostenible desde que se eliminó el Plan Centro sin medidas alternativas.
Cuando las aceras son algo más amplias nos encontramos con la invasión sistemática de las zonas peatonales por parte de los vehículos de dos ruedas. Demasiados usuarios de motos y bicicletas, entienden que circular por las aceras es su derecho. Sin embargo desde nuestro punto de vista las aceras deben estar libres de vehículos, de manera que los aparcamientos de motos y los carriles bici resten espacio a las calzadas, quedando así segregados de la zona natural de los peatones.
A estas dificultades debemos añadir la ocupación de las aceras por parte de los veladores y el resto de mobiliario que les suele acompañar: carteles, toldos, mesas auxiliares, sillas amontonadas, etc. Desde nuestra entidad tenemos la sensación de que no existe ninguna administración que controle de oficio la ocupación del espacio público. La nueva ordenanza de veladores de Sevilla debe solucionar esta situación, motivo por el que parece lógico que los establecimientos pidan los veladores en función de la superficie a ocupar. En esta misma línea sería fundamental que dichas zonas se definiesen de manera clara a través de señales pintadas en el suelo, una manera eficaz y económica que ha ayudado a ciudades como Madrid a frenar la ley de la selva en la hostelería.
Desde la Asociación de Peatones de Sevilla llevamos años solicitando una Ordenanza Municipal de Accesibilidad Universal que regule de una vez por todas las dimensiones mínimas con las que deben contar los itinerarios peatonales accesibles. Se trata de una petición sencilla, queremos que se racionalice el uso del espacio público para asegurar el tránsito normalizado en los todos los itinerarios peatonales, ¿es una utopía?.