Cuando se cumplen 10 años de la muerte del exbeatle, Scorsese estrena un documental que repasa la vida, obra y espiritualidad del autor de Something
Cuenta Paul McCartney que cuando los Beatles fueron a grabar su primer disco, les dieron una semana para componer los temas. El y Lennon se encargaron de trabajar el material, pero fue al llegar al estudio cuando George Harrison se dedicó a arropar los acordes y rematar las composiciones. Era el más virtuoso en esa faceta, aunque tardó en canalizar ese talento en sus propias composiciones para el grupo. En este sentido, y frente a la sensación de que Harrison vivía a la sombra de Lennon y McCartney -no digamos ya Ringo Starr-, el paso del tiempo ha dado sentido a la condición coral del cuarteto de Liverpool, por encima de individualidades, egos y popularidad -por algo siguen siendo los Fab Four- y ha permitido analizar su contribución al mundo de la música desde sus respectivas carreras en solitario. Eso mismo es lo que ha hecho Martin Scorsese a través del documental George Harrison: Living in the material world, estrenado esta semana con motivo del décimo aniversario de la muerte del autor de My sweet Lord.
Coproducido por la viuda de Harrison, es la cuarta ocasión -si exceptuamos la serie de televisión que realizó en 2003 en torno al Blues- en la que Scorsese se adentra en el documental de trasfondo musical. Lo hizo en 1978 con El último vals, en el que registró el último concierto de The Band; en 2005 con No direction home, dedicado a la figura de Bob Dylan; y en 2008 con Shine a light, sobre los Rolling. A diferencia de todos ellos, es la primera vez que uno de sus documentales profundiza en la vida y obra de un artista fallecido, y es precisamente este aspecto el que condiciona este nuevo trabajo de casi tres horas y media de duración.
Es cierto que para todo fan de los Beatles -que obligatoriamente lo es también de Harrison-, la película es una delicia; incluso para quien solo tenga referencias puntuales del creador de Something y Here comes the sun, es un trabajo interesante, atractivo e instructivo, desde el momento en que, obligatoriamente, repasa la historia de uno de los grupos indispensables para entender la historia de la música en el siglo XX. Sin embargo, por el mero hecho de tratarse de una obra de Martin Scorsese, el documental no termina de dar la talla; deja poco margen para la sorpresa y apenas muestra cierto énfasis por la innovación visual, signo indiscutible de toda la obra del autor de Taxi Driver, incluso de sus títulos más fallidos, caso de Shutter Island.
Es, en suma, un documental correcto desde el punto de vista academicista, pero por ende atado a una estructura narrativa que no le permite diferenciarse de otras producciones de temática similar, salvo por su extensa duración y, eso sí, un amplio legado fotográfico -en buena medida inédito- que, en este caso, ensalza la buena labor en la sala de montaje de David Tedeschi, que ya colaboró con Scorsese en sus anteriores documentales musicales.
Pero, independientemente de la decepcionante exploración cinematográfica que realiza Scorsese, insisto en la validez de la película como testimonio del legado de un excelente guitarrista, compositor y productor de cine, al que un cáncer privó a los 58 años de edad de una producción más extensa, aunque no de nuevas revelaciones sobre la auténtica razón de ser en esta vida.