En la Huerta Gatica, en una parcela en uno de los márgenes de la carretera Barbate-Vejer, reabría sus puertas hace poco más de un año un centro para la rehabilitación de personas drogodependientes, alcohólicas y marginados.
Es difícil, es complicado, escuchar sus experiencias sin que te lleguen al alma. No es cuestión de ser o no creyente… sino de sentir su sufrimiento, de empatizar con cada palabra. Sí, es un centro cristiano, pero lo que nos interesa en este reportaje es trasladar al lector que hay esperanza inclusoSe trata del Centro de Rehabilitación El Camino, de carácter cristiano y que cuenta con la Iglesia Evangelista del mismo nombre, El Camino, como uno de sus principales apoyos.
Tras la verja de entrada hay un camino de tierra y la izquierda un pozo con un cartel en el que puede leerse “respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás…”. Al final del camino hay una edificación que acoge el centro de rehabilitación.
Alrededor del edificio varias personas realizan distintas labores y en su interior nos encontramos un amplio salón, una cocina y varias habitaciones con camas. Solo una está cerrada, la del monitor. En una de ellas una persona duerme… “Acaba de llegar y necesita descansar”, nos explica Carmelo Arriaza, natural de Barbate y veterano en el centro.
Carmelo ha vivido en Barbate, en Barcelona, en Sevilla, en Jerez, y durante gran parte de su vida ha estado saliendo y entrando de distintos centros de rehabilitación. “También estuve en la cárcel… ahora llevo cuatro meses y media limpio, sin tomar nada, ni siquiera pastillas… antes de entrar vendía chatarra y estaba en la calle. Ahora estoy en mi casa, me tendieron la mano y ha sido una bendición”, señala con serenidad.
La historia de Carmelo es la historia de muchas otras personas que vieron cómo sus vidas se desquebrajaban a causa de la droga. Ha trabajado en la construcción y como electricista, pero “acabé en la calle. Desde que llegué aquí me he recuperado y ahora me dedico a la cocina y a acompañar y aconsejar a los nuevos”.
Los inicios del proyecto
La finca era antes también un centro de rehabilitación pero “cerró hace muchos años”. Sabedor de su existencia, “una persona que había pasado por el infierno de las drogas y que se había rehabilitado quería reabrirlo para ser él ahora el que ayude a otras a salir de ese mundo”, afirma Francisco López, monitor colaborador a través del brazo social de la Iglesia Evangélica El Camino.
En su afán de reabrir el centro, “esa persona, Jesús Lemos, habló con el pastor de nuestra iglesia, Francisco Manuel López, quien apoyó la iniciativa. A partir de ahí contactamos y hablamos con Antonio Rodríguez que nos abrió las puertas y nos cedió la finca por espacio de quince años siempre y cuando se dedicase a centro de rehabilitación”.
Tras adecuar el edificio y realizar tareas de mantenimiento, el Ayuntamiento les dio la licencia de apertura y “tenemos el compromiso adquirido por el alcalde, Miguel Molina, de colaborar desde el Ayuntamiento”. A parte de ello, apenas cuentan con más ayuda que la que se consigue a través donativos, la aportación de los socios, de las familias de los usuarios, así como los costos que consiguen gracias a la colaboración de establecimientos y comercios de la zona, sobre todo del Mercado de Abastos.
Y aquí también cobra importancia la figura de Rafael, monitor que acude al centro de martes a viernes desde Jerez y que también aporta “alimentos a través de la colaboración de Mercadona con Vida Nueva”.
Un monitor, un abrazo
Rafael aporta mucho más. Aporta su propia experiencia aunque lleva cuarenta años sin consumir droga. Una experiencia que sirve de apoyo a las siete personas que hoy día están ingresadas en este centro. Él comparte vida, duerme allí… intercambiando guardias con Jesús Lemos. Rafael cuando habla, sabe perfectamente de lo que habla…
“Tuve una experiencia. Un hombre vino y me habló de un centro evangelista en Jerez. Yo estaba enganchado, así que fui. Nuestra terapia está basada en la Biblia y en la palabra de Dios que es la que transforma y cambia a las personas. Estuve un mes y medio en el centro y aunque muchas personas sé que no me creerán, sentí un abrazo del Señor y me habló, me dijo que si le seguía, jamás volvería a recaer en la droga. Eso fue hace 40 años y todavía se me ponen los vellos de punta. Nunca se me olvidará”, relata con las lágrimas a un paso de estallarle en la cara.
A partir de ahí “nos juntábamos en Sal Telmo e íbamos casa por casa para pasar el síndrome con las personas. Creamos Nueva Vida y compartíamos la Biblia y ayudábamos dando consejos… y es que conocí la verdad, y como dice la Biblia, la verdad te hará libre”.
No habla por hablar, “he padecido cáncer, cirrosis… he trafico con drogas, he estado en la cárcel… no estoy en contra de la psicología, pero sé que el único que nos cambia es Cristo, Él es el camino. Yo creía en Dios, pero no de esta manera. Ahora vive en mí, sin Él estaría muerto. Y desde entonces he presenciado muchos milagros”.
Acceder al centro y vivir en él
Para acceder al centro “solo hay que ponerse en contacto con el responsable, Jesús Lemos, quien le hará una entrevista. Luego hablaremos nosotros con esa persona y veremos su perfil. Si pensamos que podemos ayudarla, entrará”. A parte, evidentemente, tiene que pasar una revisión médica y si cuenta con medicación a través de los CTA ó CTD, como metadona, debe saber que “la idea es que, con ayuda médica, se vaya rebajando porque el objetivo es que cuando salga lo haga preparado para no recaer nunca más… es complicado, pero de la droga se sale”.
La mayoría, sino todos los usuarios que están en el centro, han estado en otras instituciones similares y han recaído… “es normal. Pero lo importante es que nunca hay que tirar la toalla”.
La vida en el centro en sencilla. Levantarse temprano, desayunar, realizar un acto devocional, limpiar la habitación y la casa, y luego realizar tareas ocupaciones como las de mantenimiento. Luego la hora de la comida, un descanso y a seguir realizando tareas para estar ocupados. De vez en cuando realizan excursiones. También participan en talleres de educación emocional y de manualidades. Y los jueves y domingos acuden al culto en la Iglesia Evangélica.
Evidentemente hay normas, como no fumar y ayudar en las tareas. Se deben cumplir los horarios. Pero “aquí está el que quiera estar. No obligamos a nadie. El que quiera irse puede hacerlo. A los cultos tampoco les obligamos a asistir. También permitimos que venga la familia a visitarlos…”, indican para dejar claro que no se trata de una secta… “es que la gente piensa que como hablamos de Jesús y de la Biblia en estos tiempos, pues eso. Pero lo único que hacemos es ayudar a quien quiera dejarse ayudar. Lo importante es tener fuerza de voluntad”.
El infierno de la drogadicción
Una cuestión que corrobora Juan Antonio, que lleva cuatro meses en el centro y que se adentró en el mundo de la droga a los 13 años. “Vivía en un barrio muy complicado en El Puerto de Santa María. Mis padres eran adictos. Mi madre murió por la droga. Siempre he intentado salir… y no he parado de entrar en reformatorios, en la cárcel… he pasado por ocho centros de rehabilitación”, pero es ahora cuando más esperanzas tiene que recobrar su vida.
Juan Antonio vive en Vejer. Tiene mujer e hijo. A sus espaldas, una vida “muy dura”. Por eso no duda en “sentirme muy agradecido con este centro, con su acogida, con su apoyo, con el amor que me ofrecen. Es algo que le diferencia de otros centros. Ahora tengo paz interior. Busqué a Cristo, lo encontré o mejor dicho, me encontró y me ha llenado un vacío que parecía imposible cubrir”.
“Tengo la sensación de que ahora sí. El vacío de la droga jamás pensé que lo iba a llenar y así ha sido desde que estoy con Dios. Además, lo hago por mi mayor tesoro, mi niño de cuatro años. Sé que debo luchar todos los días, sé que no es fácil, pero creo que estoy en el camino correcto”, afirma Juan Antonio.
La vid y la palabra
También hablamos con Joaquín, natural de San Fernando y que lleva dependiendo de las drogas desde los 14 años. Su historia es similar… “He acudido y he probado todo. Psiquiatras, centros… pero nada. De hecho también estuve en centros cristianos, pero en verdad yo no quería que me hablasen de dios, yo quería curarme y ya está. Los veía rezar, levantarse y sentarse, y pensaba que estaban locos. Ahora digo, bendita locura”.
Joaquín solo “quería aparentar físicamente que estaba bien, pero recaía con facilidad” y así fue hasta que “encontré al Señor”. Primero en un centro de Málaga donde una niña “me sembró la primera semilla. Luego en Jerez, en otro centro, también se sembró otra semilla. Me fui a Francia (a la vendimia) y recaí. Pero una noche, cuando regresé y que estaba consumiendo, pasó algo. Me dije que tenía que ir de nuevo a Francia. Dejé atrás a mi familia, a mis amigos, y cogí la Biblia, que nunca antes me la había leído”.
Una vez en Francia, dos versículos, Juan XV sobre la Vid, y otro que hablaba sobre aquellos que sean capaces de dejar todo atrás, bienes y familia, para “seguir al Señor”, le hicieron “abrir los ojos. Me dije, aquí hay verdad y comencé el camino como un niño pequeño agarrado a la mano de su padre”.
Aún así, “al regresar de Francia me alejé, aunque sabía que Dios estaba conmigo. Me tiré con todo a la droga y tuve un accidente grave en coche. Estuve en coma y gracias al mismo estoy aquí hoy, convencido de contar con Él”.
Objetivo: no volver a recaer
Nada más dejar de hablar, toma la palabra Miguel, quizás uno de los que menos tiempo lleva en el centro. Su historia tampoco deja indiferente a nadie. Entró en Brote de Vida, en Jerez, a los 19 años para desintoxicarse. A los doce años comenzó a tomar éxtasis y a los 16 heroína.
Durante su vida ha tenido “experiencias al conocer las cosas de Dios, pero cuando me he apartado de Él, volvía recaer. Mi propósito ahora es volver a estar en comunión con Él y no separarme jamás, porque cada vez que me separado, caigo en la droga”.
Tras entrar en 1999 en Brote de Vida a los 19 años, salió a los 21 años, “eso sí, fumaba porros y consumía cocaína los fines de semana. Pero con 38 años recaí en la heroína…”, así que regresó al centro. Desde entonces ha entrado y recaído en varias ocasiones… “en las que he perdido a mi hijo de 19 años, dos relaciones, una de nueve años y otra de 16 años. He sufrido sobredosis, he estado en coma…”.
Pero “sigo intentando salir. Llevo quince días aquí”, explica Miguel, natural de Jerez que a los diez años se fue a vivir a Sevilla. “Mi padre era militar y nos trasladamos a la base de Morón. Allí empecé a consumir a los doce años. Me tiraba hasta cinco días sin dormir, ni comer… cuando mis padres se dieron cuenta, la relación se deterioró y me fui con mi tía y con mi abuela a Jerez en busca de tranquilidad”, pero “a los 16 comencé a consumir heroína y a las 19 entré en el centro”. Una rueda que le ha llevado hasta aquí.
Todos tienen claro que “lo primero es reconocer que tienes un problema y después que estés dispuesto a pedir ayuda”, porque el infierno de la drogadicción “te lleva a la esclavitud, a robar, a pedir, a pensar en la droga 24 horas al día, a perderlo todo, incluso a tus seres queridos, incluso tu vida”.
“Aquí no estamos para comerle el coco a nadie. Contamos y compartimos nuestra experiencia y hablamos de Cristo. El objetivo es sencillo, es ayudar a los demás”, concluye Rafael.
El centro necesita ayuda
Es difícil, es complicado, escuchar sus experiencias sin que te lleguen al alma. No es cuestión de ser o no creyente… sino de sentir su sufrimiento, de empatizar con cada palabra. Sí, es un centro cristiano, pero lo que nos interesa en este reportaje es trasladar al lector que hay esperanza incluso cuando uno cae en el pozo de la drogadicción. En este centro tratan de ayudar a personas que luchan contra enormes demonios. Da igual si es con la palabra de Dios o con la fuerza de voluntad o con la solidaridad o con la experiencia… lo importante de esta historia es que hay personas dispuestas a tender su mano.
Y sí, también queremos trasladar un mensaje… el centro necesita apoyo, tanto de las administraciones (a través de subvenciones) como de los vecinos y vecinas. No cuentan con agua potable, necesitan materiales para adecentar y mantener la finca (la mano de obra está). Necesitan cama y alimentos… porque lo importante no es quién está detrás del camino, lo importante es que al final del mismo haya una buena acción y en este caso, la hay.