Vuelve septiembre como un nuevo año, como una cíclica oportunidad de redención, de recuperación de todo aquello que no se hizo desde enero; como un engaño consciente y beato, pero necesario, para que todo continúe, al menos como está. Llega septiembre, el que fuera séptimo mes del calendario romano, que no hace otra cosa que devolvernos al tórrido julio (hasta con su calor), para despertarnos en el mismo maldito momento en que cerramos los ojos con la esperanza de que, tras el sueño, algo bueno sucediera. La ciudad recobra el pulso, que deja nuevamente en las venas los mismos problemas. El espejismo de un entendimiento entre la oposición y el equipo de gobierno se desvaneció en agosto y deja al Ayuntamiento, y lo que es peor, a toda la ciudad, a la deriva, en mitad de un océano hostil. Difícilmente se pueden llegar a acuerdos cuando los interlocutores deben estar pendientes también de quienes rebufan contra su nuca. El interés general hace tiempo que fue aplastado por la oportunidad y el celo orgánico de los partidos, aunque se empeñen en hacernos creer lo contrario. Llegó septiembre huérfano de gobierno, y lo que es peor, vacío de ideas, de futuro, pero preñado de mediocridad e intereses particulares ajenos a lo público. Bienvenidos.
Jaén
Septiembre
El interés general, tan cacareado hace tiempo que fue aplastado por la oportunidad y por el celo de los partidos políticos
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