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La verdad os hará liebres

Las guasas del callejero

Entre las numerosas pifias o gazapos perdurables con que se han gloriado nuestros políticos a lo largo de las últimas décadas

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  • Rambla del deporte. -

Entre las numerosas pifias o gazapos perdurables con que se han gloriado nuestros políticos a lo largo de las últimas décadas, pocos hay tan jocosos como los que nos regala el callejero de Jaén.


Uno de los ejemplos más reveladores fue el que estuvo exhibiendo el rótulo de la calle Martínez Montañés durante muchos años, canjeando la -s del segundo apellido por una -z, con lo que acaso le pareciera al encargado de turno, olvidadizo de las reglas métricas más básicas, que aquello rimaba algo; aunque esto no deja de ser una hipótesis. El caso es que el alcalaíno dios de la Madera, discípulo de ese otro genio y paisano que fue Pablo de Rojas, hubo de estar remejiéndose en la tumba comprobando cómo aquí nadie movía un dedo para restituir la dignidad al apellido que supuestamente evocaba la procedencia cántabra o norteña de su familia.

El segundo apellido de Antonio Alcalá Venceslada, creador del formidable Vocabulario andaluz (primer compendio léxico de las hablas andaluzas), le debió de parecer insuficientemente exótico al responsable del momento, así que decidió que comenzaría con W-. Y de esta guisa, travistiendo al erudito iliturginato en una suerte de bávaro vestido de lederhosen en el Oktoberfest, permaneció mucho tiempo nombrando el castizo cantón de la Ropa Vieja.

Desde finales de la Edad Media hasta el siglo XIX el pan estaba gravado con tasas, y en Jaén sigue existiendo una calle que recuerda que en ella los vecinos, de manera excepcional, podían hornear las masas sin apoquinar impuestos en las varias tahonas dispuestas para ello. La calle se llamó –y debería seguir llamándose— Hornos Francos, pero el caso es que desde el inicio de este siglo ha mutado en Hornos de Franco. ¿Qué será lo próximo? ¿Hornos del Caudillo?

La Ley de Memoria Democrática, que parece no actúa contra lo anterior, ha finiquitado muchos nombres de calles con desigual acierto, porque en demasiados casos los ha sustituido por verdadera gallofa: Libertad, Concordia, Igualdad,… Mientras tanto, personalidades históricas de indiscutible relevancia para la ciudad siguen sumidas en el olvido. El caso más sintomático es el de Abderramán II, quien traslada la capital de la cora desde la Guardia hasta Jaén en el año 825. Juan Carlos Castillo ha insistido a menudo en este hecho fundamental para nuestra historia, y creo que no caerá en saco roto, aprovechando que el próximo año se celebra el milésimo duocentésimo aniversario de esta decisión. La otra gran figura que determina lo que hoy es nuestra ciudad es el rey Fernando III, quien maniobra para trasladar la sede episcopal desde Baeza a Jaén, herederas de la de Cástulo. La catedral que admiramos es fruto último de esa decisión. Aun así, veneramos a dos patronas pero carecemos de patrón, puenteando la Ley de Paridad...

Los adolescentes han rebautizado lugares icónicos de la ciudad, y al Parque de la Victoria o Concordia lo llaman ahora, simplemente, Patos, y a la plaza de la Constitución, Botijos, confundiendo las ánforas o tinajas de Paco Tito con el instrumento tradicional para trasegar agua fresquita antes de la llegada de Balay, lo que evidencia la ruptura definitiva de algún eslabón generacional.

Nuestros vigentes políticos, que también adolecen, han bautizado el nuevo paseo que une el estadio de la Victoria con el palacio de deportes Olivo Arena como Rambla del Deporte. Aquello tiene de rambla lo que de aeropuerto, pero quizá no convenga perder la tradición venerable de meter la pata hasta el fondo cuando de nombrar calles y plazas se trata.

¡La Virgen, nene, qué caos!

 

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