Agustina Hervás, jefa de la Unidad de Trabajo Social del Hospital Virgen del Rocío, reclama más trato directo en la gestión de la sanidad
Hija de una ama de casa de la época, sufrida y sufridora pero organizada y respetuosa, y de un empleado de banca que tuvo que ponerse a trabajar por las tardes para poder pagar su carrera, Agustina Hervás (Moral de Calatrava, Ciudad Real, 1960), es también hija de un paisaje manchego, árido, plagado de cerros y, sobre todo, de recuerdos familiares. Nunca vivió como un trauma haber pasado por un colegio religioso, aunque el Regina Mundi de Saldaña no era uno al uso. Monjas alemanas impartían las primeras clases de educación sexual a sus alumnas en la España de los sesenta.
Aunque en algún momento coqueteó con la idea de ser azafata, siempre tuvo claro que quería tener una profesión de ayuda y optó por el trabajo social porque contaba con un punto de partida decisivo para triunfar en ese ámbito: la empatía. “Si no te puedes poner en el lugar del otro, no le puedes orientar por dónde quiere llevar su vida”, afirma. Es, a su juicio, el mínimo exigible a un trabajador social.Se casó con 18 años con la promesa de acabar la carrera en un año y a los nueve meses de obtener el título comenzó a trabajar en la Unidad de Siquiatría del Hospital Macarena con alcohólicos.
Treinta años después, sigue vinculada a la Salud Mental, donde ha vivido con intensidad toda la reforma psiquiátrica. “No, no la sufrí, la viví, porque me la creía y me la creo. El problema es que no ha continuado”. Agustina reconoce que el hospital ofrece un entorno muy agresivo al paciente. “Los trabajadores sociales en Salud trabajamos con una familia que está sufriendo una crisis. La enfermedad es la crisis. Trabajamos para volver a encontrar ese equilibrio”, explica orgullosa. Lo malo es que, siendo ellos parte del propio Sistema, en ocasiones tienen que luchar contra él para ayudar al paciente y a su familia. “La realidad social del paciente influye en la enfermedad y hay compañeros que te dicen que eso es social, que eso es tuyo y que lo arregles como puedas”, se lamenta.Ante esa actitud pasiva, se rebela.
En 2000 dio el salto a la gestión como jefa de la Unidad de Trabajo Social del Hospital Virgen Rocío de Sevilla, desde donde ha levantado la bandera para devolver a los trabajadores sociales el reconocimiento que reclaman. “Somos como un apéndice”, reconoce. ha ido a más en la reivindicación, hasta asumir la presidencia de la Asociación de Trabajadores Sociales de España. “He descubierto que soy una luchadora”, resume.Pero Agustina, dulce en las formas, firme en el fondo, deja vislumbrar un cierto poso amargo por culpa de la maldita crisis, la verdadera, la de los valores. “Fue antes que la económica. Nos tenemos que poner en el lugar del otro, porque somos demasiados individualistas”, concluye.