De todas las intervenciones habidas tras el asalto al Capitolio estadounidense la que más ha llamado la atención pública ha sido la del Mister Universo, actor y antiguo gobernador republicano de California, Arnold Schwarzenegger. Una intervención vibrante, llena de vivencias y razonamientos al pueblo americano sobre los valores de la democracia. Recuerda su infancia en un país atropellado por Hitler -Austria- y que se conformó con ese destino sin resistencias destacadas, mientras sus notables hijos judíos morían en el exilio -Sigmund Freud, en Londres, Stefan Zweig en Brasil-. El inmigrante Arnold no pudo aspirar a la presidencia americana por haber nacido fuera de los EEUU, pero ha alzado su voz contra Donald Trump calificándolo como un presidente fallido y comparando el asalto al Capitolio con la Noche de los Cristales Rotos de 1938, cuando comenzó la persecución de los judíos, de lo que se alegró , por cierto, fervorosamente la prensa franquista de una España aún en guerra.
Las investigaciones del FBI dictaminarán lo que proceda, pero todo apunta a un autogolpe -incitación a la insurrección- impulsado desde la presidencia, al estilo de Erdogan en Turquía o la marcha sobre Roma de Mussolini. La construcción de las mentiras, su difusión repetitiva, centrarse en la propaganda, insuflar el fanatismo y señalar a los enemigos es la vieja táctica de los manipuladores de toda laya. Son las señas de identidad de los totalitarios de cualquier bando. Empiezan, como señala su estudiosa, Hannah Arendt, con la propaganda y culminan su trabajo con el terror. Ambas han sido vistas en Norteamérica.
Schwarzenegger blande al final de su intervención la mítica espada de Conan el Bárbaro. Los que no tienen espadas, disponen de plumas y palabras para alertar de la situación. El premio Nobel de Economía, Paul Krugman, el mismo día que a Santiago Abascal le parece criticable que una empresa le quite a Trump su cuenta de Twitter y y calla el asalto al Congreso, escribía un artículo con un título bien claro: “Es hora de plantar cara a los fascistas que nos rodean”. Consciente de que éste es un asunto muy lejos de haberse terminado concluye más con lenguaje de activista que de académico que “Ceder ante los fascistas no los apacigua, solo los anima a ir más lejos”. Así de grave ve la situación política. Cerrar los ojos ante la avalancha no evita el desplome.