El anuncio de la nueva licencia -la anterior caducó- por parte de Urbanismo para acabar de una vez el aparcamiento subterráneo de Pozos Dulces dejan motivos para reflexionar en una noticia agridulce y con tintes escépticos bien ganados a pulso.
El parking surgió como una oportunidad manifiesta para potenciar la oferta de plazas y aumentar el nivel competitivo turísticamente hablando, y se pasó al mayor desastre urbanístico e imagen que ha padecido la ciudad en los últimos tiempos.
Con una oposición frontal, política e irresponsable, los partidos contrarios, hicieron campaña contra unas obras que padecieron el sinsentido ante una oportunidad de crecimiento y relanzamiento.
Alertando de fraude y de negocio encubierto, ni una sola denuncia frenó las obras, solamente la obstinación del ‘no por el no’. Casi cuatro años después, Pozos Dulces ha sufrido la tozudez y el empecinamiento del que alentaba que cuanto peor le fuera a las obras más justificaba la ruina que aún estaba por llegar. Pozos Dulces llega tarde y mal, y lo peor, con la sensación de que ya nadie se cree casi nada.
El escepticismo generado es lógico después de ofrecer la imagen que se da a la entrada de la ciudad.
El agujero interminable del parking tiene culpables con nombres y apellidos, los mismos que un día abanderaron en un incontrolable desprecio al avance de El Puerto con la triste y sonrojante excusa de proponerlo el que gobernaba.
Atrás quedan patéticas intenciones y peores obstáculos que han perpetuado unas obras y una inversión que en vez de encontrar facilidades y bondades para hacer de un Puerto más floreciente y del siglo XXI, han potenciado el retroceso y la paleta impresión de no apostar por el crecimiento.