Los hay que dicen que el trabajo dignifica al hombre, y los que aplauden firmemente el pensamiento de que lo que realmente ennoblece al ser humano es el fin de semana y las vacaciones. Lo que sí está claro para todos es que necesitamos trabajar para poder llevar a casa un plato de comida, vestimos y pagar el préstamo que nos permite comprar una garrafa de 5 litros de AOVE.
Lo que sí nos debe parecer evidente a todos es que, sea cual sea nuestra ocupación, requiere de una preparación previa, unos estudios que nos aporten los conocimientos necesarios para llevarlos a cabo con la máxima profesionalidad y rigor. Además, la experiencia del día a día completa esa parte de conocimientos del oficio que no se imparten en ninguna escuela ni universidad.
Entiendo que para ser parlamentario o senador no es necesaria ninguna preparación, porque, si así fuera, no todos podrían tener acceso al orgullo de representar a tus conciudadanos, y quedaría en manos de una élite que no nos representa. Además, el trabajo diario de buena parte de nuestros parlamentarios, además de participar en sesiones y grupos de trabajo, es la de votar en en hemiciclo, ya sea de viva voz o pulsando un botón. Para eso, tampoco hace falta un máster.
Pues parece que sí. A mí, ajeno completamente a esas tareas, se me hace difícil entender que alguien que, en toda su jornada laboral, lo único que debe hacer es decir “Sí” o “No”, se equivoque, titubee o directamente, meta la pata hasta la axila y obre al revés de lo esperado. Imaginen si acuden a un doctor y ante la pregunta de “¿Cree usted que es grave?”, le respondiera “Sí, no”, y las enfermeras se partieran la caja. Dirigir un país es un asunto más grave y peliagudo, y aún así, los hay errados. Y herrados.
Practique en casa, delante del espejo. Cómprese un ordenador de esos para críos de tres años que tienen botones grandes y cuadrados, póngale etiquetas y acostúmbrese a su uso. Ensaye mil veces, “Sí”, “Sí”, “Sí”, hasta que le salga sin mirar los apuntes. Porque no sólo queda usted en ridículo por tu limitada habilidad para escoger la palabra acertada de entre dos. También sonroja a los que te eligieron para representarlos.