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Tiempo de uso

Forzosamente ha de llegar un momento en el que colectivamente tomemos conciencia de hasta qué punto nos hemos convertido en auténticos imbéciles digitales

Publicado: 22/11/2024 ·
07:55
· Actualizado: 22/11/2024 · 07:55
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  • El jardín de Bomarzo.

“La ignorancia y el oscurantismo en todos los tiempos no han producido más que rebaños de esclavos para la tiraníaEmiliano Zapata.

Forzosamente ha de llegar un momento en el que colectivamente tomemos conciencia de hasta qué punto nos hemos convertido en auténticos imbéciles digitales, humanos enganchados a las pantallas en la búsqueda del chute de dopamina por ese método ideado para enganchar el interés del individuo mediante un scroll eterno que no te permite desconectar, marcharte, irte a dar un paseo sin otro ruido que el crepitar de las hojas al ser pisadas, sin otra sensación que la del aire fresco sobre el rostro. Un video tras otro seleccionado por algoritmos que previamente han estudiado tus gustos a través de tu historial de visitas, la duración de las mismas, el momento de hacerlas, qué libros, qué perfumes, qué viajes, qué inclinaciones sexuales, qué aficiones deportivas, qué ideas de inversión, qué bancos, qué zapatos, qué tendencia política derivada de historial de visitas, periódicos leídos, articulistas, qué… Todo. Y, así, saben de uno mismo más que uno mismo, y por tanto seleccionan lo que quieres ver sin que sepas que lo quieres ver para tenerte encadenado a la pantalla, captar tu atención un rato más, unas horas más, constatando así la teoría de que si todo es gratis y no hay un producto en venta, el producto eres tú. Hemos sucumbido a la trampa digital. Aplicaciones para casi todo que nos parecen muy útiles y que son gratis… ¿Gratis? ¿Qué cosa hay gratis en este mundo y por qué las mayores fortunas mundiales del momento tienen que ver con el entorno digital?

¿No es raro que whatsapp sea gratis para el usuario con lo que debe costar mantener una plataforma mundial de ese tipo? ¿Cuánto vale y qué negocio paralelo conlleva controlar el único canal por el que transita la comunicación privada de miles de millones de ciudadanos del mundo?

Los gobiernos debieran poner freno a esto y hacerlo ya antes de que la actual degeneración digital, con lo bueno pero también con todo lo malo que conlleva, arrastre a estas generaciones prisioneras de lo inmediato al punto de que no nos llame la atención aplicaciones del tipo TalkFaster para acelerar por dos o más veces la velocidad de un mensaje de voz porque, parece ser, no hay tiempo ni calma para oírlo a su velocidad de origen. ¿En serio? Nuestra sociedad ha perdido por completo ese punto de paciencia que todo lo hace, o lo hacía, más deseable; por mucho que nos vendan el producto con coloridos envoltorios, no es comparable un plato precocinado para microondas en tres minutos que el cocido a fuego medio con todos sus avíos con horas por delante y pausado burbujeo. Bendita paciencia perdida.

La palabra digital es tendencia. Todo lo bueno, moderno, actual, renovador o rentable es digital, no sabemos vivir sin pantallas cerca y no nos resulta ni extraño ver a grupos en terrazas o restaurantes que comparten espacios pero que cada individuo está atento a su pantalla, a los avisos, a las redes. Las pantallas se han adueñado de todo e, incluso, se han hecho poderosas en los centros educativos porque se suponía que estudiando digitalmente se estudiaba mejor y hoy informes certifican lo contrario. Suecia ha paralizado la digitalización en las escuelas tras comprobar el retroceso enorme que sufre el alumnado sueco en comprensión lectora porque, entre otras razones, con textos largos digitales el alumno se aburre y por ello ha anunciado la inversión de casi cien millones de euros para volver a los libros de texto, que los alumnos lean, subrayen, escriban. Y a la pizarra y a la tiza -tal vez-.

Cada uno somos un pen en la nube donde se guarda todo lo que pensamos y nuestro valor es lo que representa ese pen. El poderoso o, más bien, los amos del mundo son quienes tiene el control de miles de millones de pen-drives, de personas. Te ofrecen gratos caramelos para que les des toda tu intimidad y ellos comercializan con ella para venderte perfumes, césped artificial, una mascota o determinar si eres un votante potencial de este o aquel partido y venderlo todo a quienes están dispuestos a pagar mucho por ello porque compran sobre seguro. Saben lo que quieres y, lo que es peor, en el momento exacto que lo quieres. Con la inteligencia artificial resulta inimaginable qué podrán hacer con nuestros datos, lo más fácil será nuestros clones. Trump ha incorporado a su gobierno al multimillonario y dueño de Tesla y de la Red Social X, Elon Musk, como nuevo responsable del departamento de eficiencia gubernamental de EEUU y no solo porque donara 200 millones de dólares a su campaña. Con él tiene los datos. Con su ayuda ha barrido a los demócratas.

Sin darnos cuenta estamos haciendo una sociedad más inculta, los jóvenes para qué van a estudiar ríos, capitales, obras de pintores y estilos, la historia de España, del mundo, la literatura… si en un click en su móvil encuentran en Google todo. Ya no somos capaces ni de memorizar el número de teléfono de nuestros familiares y amigos más cercanos, de ir en coche a donde hemos ido otras muchas veces sin pedirle al navegador que nos lleve, es más cómodo. Una sociedad encaminada a estar entontecida dependiendo para todo de internet. Una sociedad, además, individualista, porque las relaciones sociales se hacen desde casa conectados a las redes. Como el teletrabajo, en casa en pijama y zapatillas, muy cómodos, pero se hurta esas conversaciones entre compañeros, los desayunos, las relaciones en el bar a la salida; las relaciones entre las personas, que son la esencia principal, básica, esencial de la vida.

Parece irremediable y sin retorno hacia donde se encamina el mundo, un pueblo inculto e individualista, lo que le hace débil y manipulable, dirigible hacia los intereses de los que verdaderamente mueven los hilos, justamente los que controlan esa nube donde se encuentra cada pen de información de toda la vida. Una receta infalible para cargarse los sistemas democráticos sin tan siquiera enterarnos de ello. Porque no hay democracia si no hay libertad, no hay libertad si no hay opinión libre y no hay opinión libre si no hay cultura.

Relata Javier Albares en su libro La ciencia del buen dormir, absolutamente recomendable -y lo refleja también la psiquiatra Mariam Rojas en su último libro Recupera tu mente, reconquista tu vida-, que el tiempo es lo más valioso y democrático que existe sobre la tierra: a todos nos da 24 horas al día para que las usemos a nuestro gusto, unos aprovechan muchas o buena parte de ellas y otros, en su derecho están, las tiran a la basura. Si miramos en nuestro teléfono el tiempo de uso del móvil seguramente nos sorprenderá, medias que oscilan las cuatro, seis, ocho horas diarias -de 24-. Una colosal locura. Y desde ese desmedido uso nos llega, vías redes sociales, aplicaciones, scrolls interminables, mucha basura superficial y muchísima información visual y escrita falsa y, con todo ello, una manipulación que aceptamos porque nos encanta todo lo que sea, o parezca, gratis. Aunque se trate no más que de una mierda, eso sí, digital.

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