¡Qué cosas nos contaban!
Que las famosas Cruzadas fueron un fracaso espantoso para hacerse con un exclusivo avituallamiento de reliquias más o menos falsas.
Que las famosas Cruzadas fueron un fracaso espantoso para hacerse con un exclusivo avituallamiento de reliquias más o menos falsas. Algunas de ellas siguen actualmente concitando una gran veneración y un gran negoción también. Porque para otra cosa, bien poco sirvieron.
Las Cruzadas fracasan por la imposibilidad de aunar los intereses particulares de sus principales dirigentes en un ideal común. Las discrepancias oponen a los principales cruzados con el papa y a éste con el emperador. Todos querían oro y más oro; eso de salvar los Santos Lugaresa no se lo creía nadie. Esos pareceres minan la eficacia combativa de los expedicionarios. Bizancio buscaba afanosamente la ayuda de Occidente para defender sus fronteras. Venecia, por cuestiones de política territorial, también y recela de Bizancio por motivos económicos. Los normandos de Sicilia son antagonistas de Venecia por la territorialidad también; pero sin el apoyo de Bizancio para los transportes y el avituallamiento, resultan imposibles las operaciones militares. Los Cruzados, antes de llegar al teatro de operaciones, debían salvar una enorme distancia que necesitaba, para ser cubierta, la realización de un largo viaje excesivamente lento y peligroso. Como no hay mal que por bien no venga, las ciudades marítimas de Italia septentrional y del sur de Francia, experimentan una gran expansión económica gracias al comercio con el Oriente. Florece la economía monetaria y surge una burguesía rica. Como consecuencia aumenta el nivel de vida gracias a la gran demanda de mercancías orientales, además de contribuir el contacto de árabes con bizantinos a elevar el conocimiento cultural de Occidente. El papado alcanza el punto máximo de autoridad política –que nunca debió ser así– pero, justo el castigo, ese mismo omnímodo poder mina la veneración de los fieles hacia la Iglesia. La catástrofe de la segunda Cruzada (1147-49), afecta gravemente el prestigio del pontificado y Bernardo de Claraval, luego santo, es considerado un falso profeta. Esas míticas y famosas cruzadas nos han sido familiarmente relatadas en el cine y épicas películas nos han mostrado todo un mundo recreado en los estudios de Hollywood para mayor gloria y éxito de los famosos galanes de turno y de las más famosas damitas del momento. Cruzadas desfiguradas y blanqueadas donde el bueno era tanto que casi era tonto de capirote; y el malo tanto, tanto, que resultaba caricaturesco. Cartón piedra y forillos nos mostraban unas fortalezas de piedra y un Jerusalén “made in Hollywood” que no se mantenía de pie; pero cuánto nos gustaban esas películas trepidantes de acción y de duelos y así hasta llegar al fin que indefectiblemente terminaba con el casto beso –morrito con morrito– del apuesto galán y la sufrida manceba que vestida de puro y casto blanco espera ba a su amado con arrebatado amor. Qué buen juego han dado las cruzadas en el cine. Qué buen juego han dado las cruzadas en la novela. Y total, ¿para qué? Para hacer de ellas un tebeo de buenos y de malos y de unos señores expoliadores entre los que había metidos personajes que luego la Iglesia hizo santos..., parece mentira, pero, ¡qué cosas nos contaban! Han dado juego las famosas cruzadas, sí, pero hoy nos enseñan que tanto salvar Santos Lugares, era simplemente codicia y rapiña.
Las Cruzadas fracasan por la imposibilidad de aunar los intereses particulares de sus principales dirigentes en un ideal común. Las discrepancias oponen a los principales cruzados con el papa y a éste con el emperador. Todos querían oro y más oro; eso de salvar los Santos Lugaresa no se lo creía nadie. Esos pareceres minan la eficacia combativa de los expedicionarios. Bizancio buscaba afanosamente la ayuda de Occidente para defender sus fronteras. Venecia, por cuestiones de política territorial, también y recela de Bizancio por motivos económicos. Los normandos de Sicilia son antagonistas de Venecia por la territorialidad también; pero sin el apoyo de Bizancio para los transportes y el avituallamiento, resultan imposibles las operaciones militares. Los Cruzados, antes de llegar al teatro de operaciones, debían salvar una enorme distancia que necesitaba, para ser cubierta, la realización de un largo viaje excesivamente lento y peligroso. Como no hay mal que por bien no venga, las ciudades marítimas de Italia septentrional y del sur de Francia, experimentan una gran expansión económica gracias al comercio con el Oriente. Florece la economía monetaria y surge una burguesía rica. Como consecuencia aumenta el nivel de vida gracias a la gran demanda de mercancías orientales, además de contribuir el contacto de árabes con bizantinos a elevar el conocimiento cultural de Occidente. El papado alcanza el punto máximo de autoridad política –que nunca debió ser así– pero, justo el castigo, ese mismo omnímodo poder mina la veneración de los fieles hacia la Iglesia. La catástrofe de la segunda Cruzada (1147-49), afecta gravemente el prestigio del pontificado y Bernardo de Claraval, luego santo, es considerado un falso profeta. Esas míticas y famosas cruzadas nos han sido familiarmente relatadas en el cine y épicas películas nos han mostrado todo un mundo recreado en los estudios de Hollywood para mayor gloria y éxito de los famosos galanes de turno y de las más famosas damitas del momento. Cruzadas desfiguradas y blanqueadas donde el bueno era tanto que casi era tonto de capirote; y el malo tanto, tanto, que resultaba caricaturesco. Cartón piedra y forillos nos mostraban unas fortalezas de piedra y un Jerusalén “made in Hollywood” que no se mantenía de pie; pero cuánto nos gustaban esas películas trepidantes de acción y de duelos y así hasta llegar al fin que indefectiblemente terminaba con el casto beso –morrito con morrito– del apuesto galán y la sufrida manceba que vestida de puro y casto blanco espera ba a su amado con arrebatado amor. Qué buen juego han dado las cruzadas en el cine. Qué buen juego han dado las cruzadas en la novela. Y total, ¿para qué? Para hacer de ellas un tebeo de buenos y de malos y de unos señores expoliadores entre los que había metidos personajes que luego la Iglesia hizo santos..., parece mentira, pero, ¡qué cosas nos contaban! Han dado juego las famosas cruzadas, sí, pero hoy nos enseñan que tanto salvar Santos Lugares, era simplemente codicia y rapiña.
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