Este país es uno de esos basureros que recorre la noche, tan acostumbrado a la pestilencia y al hedor que tiene la pituitaria insensible.Llevamos tanto tiempo rodeados de basura que la hemos convertido en parte del paisaje; hemos normalizado lo que para otros sería motivo de escándalo y rubor, de vergüenza, dimisión y cárcel.
Nos estalla en las narices un escándalo de magnitud astronómica, que implica a los medios de comunicación, el Gobierno y el Ministerio del Interior, y si exceptuamos a los desfavorecidos por la trama de espionaje y de falsificación de documentos y algún que otro periodista, el resto guarda un silencio cómplice y preocupante.
Preocupante, porque como ya dijo el ciego del Lazarillo, sé que me estás engañando porque yo te engaño a ti y callas. Porque pone en entredicho a quienes se supone que han de salvaguardar nuestra seguridad, y usan nuestros impuestos para sus propios intereses partidistas. Porque convierte nuestros televisores en vertederos, y al quinto poder en una marioneta al servicio de sus accionistas, que no de sus usuarios. Porque los que acusan a otros de golpistas y traidores maniatan la democracia, la vapulean y la prostituyen.
Estamos tan saturados del mal olor que echan nuestras instituciones que ya nada nos escandaliza, impasibles ante lo que en cualquier otro país sería motivo más que suficiente para levantar las alfombras y hacer una limpieza a fondo de todo el tejido podrido que amenaza con seguir infectándolo todo.
El mal olor y la peste llega hasta el punto de que una periodista se permite el lujo de preguntarle al marido que acaba de poner fin al sufrimiento de su pareja, jugándose su libertad, si lo ha grabado para incidir en las próximas elecciones. Mientras todo esto ocurre, hay medios que se doblegan y arrodillan ante determinados candidatos , en tanto con otros se transmutan en perros de caza, incisivos, hostiles.
Que abran las ventanas, que entre aire fresco, que se acabe esta sensación de asfixia. Necesitamos oxígeno democrático, antes de que tanta inmundicia nos infecte hasta el tuétano y no sepamos vivir sin ella, retocemos en ella, nos alimentemos de ella.
La semana que viene las calles olerán a azahar e incienso. No os engañéis. La basura sigue ahí, esperando a que alguien la limpie. Porque no hay perfume que dure para siempre ni pueblo que lo resista.