E n el Vaticano puede admirarse la famosa escultura de la Piedad, de Miguel Angel. Aparentemente se trata de Jesucristo muerto en los brazos de su madre. Un examen imparcial y cuidadoso de la escultura permite observar que la ‘madre’ es tan joven o más que el propio hijo que ahora está inerte en su regazo. El mismo cuadro aparece en el Vía Crucis, en la decimotercera estación, cuyo enunciado reza: ‘Jesús es bajado de la cruz y entregado a su madre’. Ahora bien, esta escena de Jesús en brazos de su madre no aparece en los evangelios. Se trata de algo ya tradicional en la Iglesia. ¿De dónde procede exactamente?
Si rastreamos su verdadero origen llegamos al momento en que Julio César, traicionado y asesinado salvajemente por un grupo de senadores el 15 de Marzo del 44 a.C., es recibido en los brazos de su esposa Calpurnia, según describen las crónicas históricas. Calpurnia era más joven que su esposo. La famosa Piedad y las estampas del Vía Crucis que muestran a Jesús ya muerto en brazos de su madre no pueden ser otra cosa que una velada representación de Julio César en el regazo de su esposa Calpurnia. Por eso la escena no figura en los evangelios, aunque al pueblo se le asegure que se trata de Jesús en brazos de María, tras ser desclavado y bajado del stauros, justamente antes de ser enterrado.
Los relatos existentes de Julio César lo presentan como una persona de gran bondad y clemencia hacia sus enemigos y como el supremo benefactor de los necesitados. Ya en vida estuvo considerado como un dios y como el ‘salvador de la humanidad’. A sus soldados los trató como verdaderos hermanos y hasta les donó tierras. De ahí la gran estima en que era tenido. Esto no agradaba al senado, varios de cuyos miembros conspiraron contra él y le asesinaron en la Curia de Pompeyo, mientras presidía la reunión, asestándole veintitrés puñaladas, una de cuyas heridas fue mortal de necesidad. Los sirvientes llevaron el cadáver de César a su casa y lo entregaron a su desconsolada esposa, que lo tomó en sus brazos, arrodillada.
Los funerales se celebraron en el Foro de Roma y fueron presididos por Marco Antonio, militar allegado a Julio César y que había participado en sus campañas bélicas. Marco Antonio hizo que se fabricara en cera una figura de César con las heridas marcadas en el cuerpo. La figura, con los brazos extendidos, la clavó a un tropaeum, un trofeo o estructura de madera en la que se colgaban los escudos, cascos y otros despojos ganados a los enemigos. El trofeo podía ser un tronco de árbol. En el caso que nos ocupa, el trofeo tenía forma de cruz, ya que la figura en cera de César fue clavada al mismo con los brazos extendidos.
Inserto en un mecanismo que lo hacía girar, el tropaeum mostraba en alto la figura de César al pueblo allí congregado. Al pie del tropaeum se hallaba una urna diseñada en forma de templo de Venus, con columnas jónicas. Dentro y a la vista del público estaba el cadáver de Julio César. En un momento dado Marco Antonio levantó la túnica que cubría el cuerpo para que el pueblo viera las heridas.
Tras el discurso y las plegarias pertinentes, el cadáver de César fue incinerado y tanto los soldados como la gente arrojaron a la hoguera valiosas pertenencias, principalmente joyas y prendas caras, en señal de duelo. La ceremonia duró hasta muy avanzada hora de la noche. A partir de entonces, todos los 15 de Marzo, pues el magnicidio acaeció en los idus de marzo, el pueblo conmemoraba la muerte de César por medio de procesionar la figura clavada al tropaeum, así como la urna en forma de templo y la escultura de César en los brazos de Calpurnia, algo semejante a lo que ocurre hoy en las procesiones de Semana Santa.
Los soldados romanos extendieron celosamente la costumbre de celebrar la muerte de César por todas las regiones del Imperio. En todas partes se exhibían los mismos símbolos esculturales: la figura de César en el tropaeum -que derivó en una cruz-, en la urna y en los brazos de su esposa Calpurnia. Esta veneración a Julio César duró hasta bien entrado el siglo IV, en que la Iglesia la cambió por la celebración de la pasión y muerte de Jesucristo. A partir de entonces, el crucificado, enterrado y llorado en brazos femeninos sería el propio Jesús de los evangelios.
Existen grandes paralelismos nominales entre Julio César y el Jesús de los evangelios. Así, por ejemplo, Julio César venía de la Galia, en tanto que Jesús venía de Galilea. La primera ciudad que visitó César cuando cruzó el río Rubicón fue Corfinium, mientras Jesús hacía lo propio en Cafarnaúm tiempo después de salir del río Jordán, donde se bautizó. César se entrevistó de noche con Nicomedes de Bithynia, mientras Jesús lo hizo con Nicodemo de Betania. César se enfrentó al Senado y Jesús al Sanedrín. Un rival de César, Pompeyo, que en un principio era su vasallo, fue decapitado y su cabeza exhibida en una bandeja. En tiempos de Jesús, Juan el Bautista fue decapitado y puesta su cabeza en una bandeja.
Casio Longino fue con Bruto el promotor del asesinato de César, que murió por una herida recibida en el pecho. En el caso de Jesús, la tradición católica dice que un soldado llamado Longino le atravesó el pecho con una lanza. Y aún habría que tener en cuenta que Julio César padecía de epilepsia, lo que le hacía caer al suelo en repetidas ocasiones. Y en el Via Crucis vemos tres caídas de Jesús con la cruz, algo que no describen los evangelios, sino que se trata de tradición eclesiástica.
En Londres se custodia una de las más tempranas representaciones de Jesús en la cruz y sin barba. Los brazos están extendidos y sus manos clavadas en rigurosa horizontalidad. No cuelgan hacia abajo, como en las representaciones que se hicieron a partir del Renacimiento y que son las que hoy tenemos. Los pies de Jesús no están clavados, sino que cuelgan al aire. Esta postura es del todo imposible para un cuerpo de carne y hueso, pues su peso desgarraría las manos y caería. Analizada la imagen, se detecta que el Jesús representado no puede ser de carne y hueso, sino que simplemente se trata de una figura inerte que bien recuerda a la escultura de cera de Julio César clavado al tropaeum.
Con la aparición de la Iglesia Católica en el siglo IV se diluye la veneración que se le tributaba a Julio César. Hay autores que estiman que esa devoción fue trasmutada al cristianismo. Todas las opiniones son respetables, sin inclinarnos por ninguna. Solamente exponemos puntos de vista. Sin embargo son significativos ciertos parecidos entre Julio César y el Jesús de los evangelios y de la tradición eclesiástica.