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El año litúrgico

Los ignorantes inventan mil caminos irreales y prolongan como si les interesara más darse importancia que la propia verdad

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El calendario arrastra retazos y recortes de otros tiempos que no son fáciles de desechar. Ni nadie lo intenta, para qué. Acabamos de celebrar la Navidad, los Reyes y Los Santos Inocentes y todo se queda enderezado hacia la semana grande que llamamos Semana Santa, en la que en tres meses un drama triste se apodera de las calles en una fidelidad al pasado digna de elogio. Retazos más antiguos se van diluyendo como el nombre de  enero, que hace falta un fondo culto para situarlo: era su consagración a Jano, de ahí januarius (relativo a Jano) y por evolución, enero, que es un proceso curioso y típico de la formación del castellano.

 

La influencia de la iglesia era tan grande en nuestra sociedad que el calendario de fiestas  es un trasunto fiel del año litúrgico, así como el ambiente devoto venido de conventos e instalado entre los fieles a veces con rasgos anteriores que hemos llamado paganos. Lo que no es cristiano sino anterior, así lo llamamos, y lo posterior, moderno con mil y una  variantes típico de la complejidad. Relativismo, materialismo, ateísmo, pragmatismo  etc., que hacen referencia a otros muchos detalles de la cultura que se instala en cada momento. La litúrgica es la que se asentó proveniente de los conventos o catedrales que llenaron la geografía y acapararon la cultura transmitida después al pueblo cristiano. Las zonas rurales son conservadoras de lo anterior y de alguna forma hacen un refrito que ya no es la tradición pero tampoco lo novedoso sino ambas cosas y ninguna y siempre que convenga a los protagonistas que también tienen su alma en su ‘almario’.

 

Yo, que he sido siempre monaguillo y sus derivados, he vivido estas costumbres en persona y he servido a la sociedad de capellanes y sacristanes con su peculiaridad. Hasta que llegó el comunismo y dividió los intereses de un tajo en buenos y malos y nos está costando sudor y sangre salir de aquellos enganches al pasado que tienen la virtud de no ofrecer solución ninguna pero sí rencor y lucha privada de labradores pardillos que no saben lo que buscan. Los ignorantes inventan mil caminos irreales y prolongan como si les interesara más darse importancia que la propia verdad. Todavía queda izquierda-derecha que no es nada sino charco de ignorantes a la violeta pero tomado muy en serio como no es fácil imaginarse. ¡Cuántos pardillos han jugado a importantes con esas escaramuzas en que cada cual se escondía detrás de su propio ombligo!

 

Vamos a llegar pronto una vez más a elecciones y se va a renovar el patio una vez más. Rico, pobre, tonto y listo son cuatro adjetivos que incitan al juego aldeano para hacerse con personalidad individual. Combinados con derecha, izquierda, monarquía, república y otras por el estilo, componen el juego que admite mil circunstancias insospechadas que nos llevan a despellejarnos vivos. Y siempre algunos colocan en medio a Dios, que está por encima de estas triquiñuelas, y llega a calentarse el ambiente hasta el infinito. En el fondo es ridículo jugar a tres en raya inquiriendo, pero peligroso hasta  lo más cuando simbolizan nuestras frustraciones de hombres tentados del mal. Aprendí mucho de todo este enredo en mi infancia, que después me ha servido: alcalde, pueblo, discurso, coche contra cura, coche, sermón, fieles que se contraponen o se confunden o cada cual a su aire en un fiel recuerdo de lo antiguo, que la verdad cuando no aparece en el dominio del intelecto se baña en el pasado y allí se vuelve a buscar brillante de prestigio. Siempre ha sido así es frase que me da miedo, pues es un impulso de volver sin ninguna garantía a terreno ya conocido y sin crítica. Y, ya se sabe, reconocer es aceptar sin más arma que la emoción que nos puede llevar por caminos insospechados. Se hace necesario un cuidado exquisito que nos conduzca críticos.

 

Ninguna verdad merece la pena si se hace rutina del vivir y queda en tradición sin espíritu. Toda religión se completa con una parte de influencia en la conducta, fuera de esto no es auténtica ni verdadera. Fuera de esto es vana la imitación descargada de seriedad y expuesta a que se la lleve el agua de lluvia. Los pueblos de pasado serio y honrado siempre hacen una aspiración a vida mejorada y cauce de virtudes, que no terminará bien si se sale de esta meta. Los jovenzuelos de mente poco cultivada, si emigran, pueden buscarse a sí mismos en su religión posiblemente desfasada; este componente religioso es fundamental en su persona y, confundirla, tiene sus riesgos, como se ha visto en el terrorismo. Un joven embarcado con Dios rellena su etnia con verdades superpuestas que sin estructurar pueden llevar a situaciones peligrosas. Ten cuidado de los sueños ajenos que en un terreno de crisis pueden inflar aspiraciones sin sentido que engendren un mostruo dentro de ti que ya no domines.

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