¡Quién nos iba a decir! que tantos años después nuestro país iba a olvidarse de donde venimos y que seguiría preguntándose, un día sí y otro también, quiénes somos y hacia dónde vamos. Si de muestra vale un botón, esta misma semana ha sido noticia que la Generalitat de Cataluña va a dar otra vuelta de tuerca en la instrumentalización nacionalista del sistema educativo, inculcando a los niños en las escuelas el sentimiento de pertenencia a la “nación catalana”. Se trata, sin más, de desarrollar el nuevo estatuto de Cataluña, aunque esté recurrido desde hace tres años ante el Tribunal Constitucional para bochorno de propios y extraños.
Se trata, una vez más, de repudiar el concepto de España como nación, de decir a las generaciones futuras que somos un vecino incómodo con el que no tienen nada en común. Parece mentira que Montilla –el charnego como le llamaban algunos colegas– haya olvidado sus orígenes y promueva, esté o no agobiado por el tripartito, que todos los días se vulnere nuestro orden constitucional. Claro que en realidad lo que está haciendo es desarrollar el nuevo estatuto, que afirma en su preámbulo que Cataluña es una nación y establece que tiene símbolos nacionales, como la bandera o el himno. Todo ello está recurrido ante el Constitucional, que sigue sin decir ni mú, lo que favorece que en Cataluña se opte por la política de hechos consumados.
Pero como lo que toca es festejar a la Pepa, no vamos a ensombrecer la fiesta poniendo el acento en lo oscuro que pinta el horizonte. Hace 197 años un aire fresco de libertad ¡bendita palabra! recorrió el país, removió conciencias y reavivó voluntades colectivas en esta gran nación que es España. ¡Viva la Pepa!