La Feria del Caballo, cuyo nombre paseamos con orgullo para reivindicar cuando se tercia que es, posiblemente, la mejor feria del mundo, tiene un problema, aunque por ahora solo lo suframos por dentro, como una hemorroides. Lo sentimos, lo palpamos y lo padecemos, lenta, pero también irremediablemente, porque parece que poco más se puede hacer: cuestión de sociología.
Los que quieren y ensalzan su Feria, la que conocieron desde chicos, la siguen cubriendo de complacientes halagos, porque estamos en Jerez y esto es lo más grande, pero en lo más íntimo dejan escapar una lágrima viendo cómo se esfuman algunas señas de identidad y cómo se contaminan otras ante el empuje de las modas y la globalización, que hay quien ya viene al Real como el que visita un parque temático, con su bocata en la mochila y dispuesto a apreciar el decorado de cartón piedra de una fiesta en la que no faltan ingredientes que sostengan el deslumbre y el asombro por sus cuatro costados, aunque algunos hayan empezado a hacerlo de manera un tanto impostada.
Lo contaba así de bien Francisco C.Aleu en una de sus antológicas crónicas de feria de esta semana en Viva Jerez: “El eco de los clarines suena ahora demasiado lejano y resulta casi imperceptible en esta mescolanza de música y ruido en la que se ha convertido el parque González Hontoria. A las seis y media de la tarde lo mismo se baila la conga que el último chunda chunda; los enganches no se van a ninguna parte porque para eso son de alquiler; y las largas sobremesas son aliñadas con garrafas de Montilla-Moriles, gaseosa y mucho hielo (,,,) A algunos -a muchos, a casi todos quizá- se les llena la boca de hablar de la Feria del arte y el señorío como si acaso no vieran que aquella procesión de enganches de antaño ha sido ahora reemplazada por esta otra de bolsas de supermercados repletas de alcohol barato.”.
No creo que sean arrebatos de nostalgia, ni añoranzas, ni mucho menos soflamas en busca de una necesitada complicidad, sino el triste convencimiento de que esto puede que tampoco tenga vuelta atrás, ya que ni siquiera es algo que esté en manos de quien gobierna la ciudad, sino que, como decía, se reduce a una mera cuestión sociológica: cada vez hay menos corbatas y más enganches en la feria, e invertir la tendencia parece algo ajeno a la fuerza de voluntad de los que sienten que han empezado a perder algo en su fidelizado recorrido por las calles y casetas del González Hontoria.
Si acaso queda el consuelo de una ciudad empeñada en recobrar el crédito de la marca, después de un fin de semana de motos que ha enlazado con la feria para mantener en suspenso cierta euforia colectiva acerca de lo importante que sigue siendo Jerez y cuán lejos quedan ya aquellos telediarios con las calles plagadas de basuras y contenedores incendiados, o aquel famoso reportaje de Al Jazeera en el que Jerez más bien parecía una pedanía de Grecia al borde del cataclismo colectivo.
La realidad persiste y está ahí, con sus 36.000 parados y menos de un 25% de sus habitantes cotizando a la Seguridad Social, pero de pronto se presenta en la ciudad un periodista de la BBC para constatar el impacto de la crisis sobre los jerezanos y se marcha con la sensación de que no entiende cómo la ciudad presenta tan buena imagen a pesar de esos mismos datos.
De hecho, aunque la oposición, en el cumplimiento de su deber, insista en lo mal que lo hace el Gobierno local, creo que no me equivoco mucho si sostengo que María José García Pelayo está viviendo ahora uno de los momentos más plácidos de su mandato, justo cuando está a punto de cumplir la mitad del recorrido, y eso, a tenor de la trayectoria vivida hasta ahora, bien podría lacrarlo con un “objetivo cumplido” a la hora de afrontar los dos años decisivos de todo alcalde de cara a la reválida.
En el PP, a nivel general, están muy preocupados con la política de pactos que les va a deparar el futuro, y más aún con las inevitables alianzas que puedan sellar PSOE e IU. Apenas aguardan mayorías absolutas, salvo donde vienen ganando de calle desde hace varios comicios, y Jerez es una incógnita al respecto, no solo por el resultado, sino por saber si encuentran a alguien como aliado llegado el caso. Puede que en un año hayamos empezado a salir de dudas; será por mera cuestión política, no sociológica.