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Esperpento chipriota

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La “mordida legal” a los depósitos de clientes  que exigía la troika para acceder al rescate del  sistema financiero chipriota, el país más pequeño de la UE, supone el 0,2% del PIB de la eurozona,  cuyos problemas solo demandaban una aportación de 10.000 millones de euros, han puesto de manifiesto la inconsistencia   de la UE.  Si hasta ahora habíamos asistido a escenarios realmente complicados, como el caso de Grecia, Portugal e Irlanda, encarados  más o menos convenientemente, y los amagos de default, no menos preocupantes, relativos a nuestro país e Italia, que atentaron, en algún momento, contra  su  continuidad, cuantitativamente de un enorme mayor volumen  que el que  ha proporcionado Chipre, ha tenido que ser este affaire el que  reabra nuevamente  la caja de Pandora de la deuda soberana europea.


La solución arbitrada condicionando la ayuda necesaria para evitar la quiebra de este pequeño país, aunque la calidad de la gestión del gobierno chipriota merezca todas las recriminaciones,  ha sobrepasado el  esperpento poniendo de manifiesto  la  incapacidad  de la eurozona y sus dirigentes  para salvar la situación y   medir las consecuencias de sus decisiones. Poner en tela de juicio los fundamentos jurídicos y contractuales de la UE en relación a la seguridad y garantía de los depósitos de clientes del sistema financiero, es el  mayor desatino  cometido desde el nacimiento de la UE.  Abrir una crisis descomunal  por una situación que  requería un tratamiento más  simple no solo provoca la incertidumbre e intranquilidad en los ciudadanos chipriotas, por el impacto de la “mordida” y las consecuencias del corralito,  sino que extiende su contagio al resto  de ciudadanos  europeos que ven con real preocupación cual puede ser el desenlace si en su país se produjera una situación complicada,   incrementando   el recelo de los mercados   por  el temor específico de respuestas similares  y la inseguridad total para recuperar sus inversiones  y  depósitos en los países de la UE.
De nada sirve argüir que los depósitos en el sistema financiero de Chipre  tuvieran su origen en un 40% de titulares  rusos, atraídos por sus desmesuradas rentabilidades  y  aprovechando  los beneficios de su laxa  fiscalidad, ni que los depósitos totales  alcancen el 400% del PIB de ese país, cuando en España, por ejemplo,  no llegan al 100%, ni que los criterios de gestión  que estaba aplicando el sistema financiero chipriota concitara muchas dudas, la torpeza cometida  denota la  postura de los países fuertes  de la UE de asumir los problemas  de otros estados miembros, posición que, si cabe, es más deplorable.


El desenlace concreto del problema chipriota sin duda encontrará una solución plausible, más no estoy tan seguro de que la nueva brecha abierta en la credibilidad de la UE se cierre felizmente, sobre todo porque en el inmediato futuro debe encararse aspectos tan transcendentes  como la Unión Bancaria, la equiparación fiscal   y la armonización presupuestaria, acuerdos, cuya envergadura,  requerirán  esfuerzos que a tenor de los precedentes acontecimientos  parecen difíciles de conseguir.

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