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Lo que queda del día

El dudoso afán por pisar los charcos

Esta vez solo ha faltado que un canal ofreciese dinero a una familia para que abandonara su casa con tal de mostrar ese retrato humano, de pellizco y lágrima al punto, que pide la audiencia. Normal que se quejen del morbo

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Si alguna vez tienen la oportunidad de viajar por Escocia, hay una sinuosa carretera, en pleno territorio highland, que conduce desde Fort William hasta el popular castillo de Eilan Dohnan y el puerto de embarque a las Islas de Skye. A medio camino entre ambos puntos podrán encontrar un agradable hostal que lleva por nombre The green welly (La bota de agua verde), ideal para tomar algo caliente, estirar las piernas después de tanta curva y comprar una botella de whisky. No tiene pérdida: sobre su fachada está estampada la mascota del establecimiento, una enorme bota de agua verde que invita a los viajeros a detenerse. Las botas de agua forman parte de la indumentaria inevitable para los vecinos de las tierras altas, sobre todo los que residen en los diseminados rurales y se dedican a las tareas agrícolas, y no solo porque vivan en medio del campo, sino porque allí solo para de llover en determinados días del año, y no es cuestión de ir metiendo los pies en los charcos con los zapatos de domingo.

Curiosamente, aquí -quiero decir, en líneas generales- tenemos políticos que se meten casi a diario en todos los charcos, aunque lo habitual es que lo hagan sin botas de agua y hasta la rabadilla. A fin de cuentas, todos nos empeñamos en que las botas de agua, como las revistas guarras o las estampas de la liga, quedaran aparcadas con la llegada al instituto -¿quién no recuerda aquellas botas azules con el ribete amarillo de la marca Bimbo?, que no sabíamos qué pintaba una marca de pan de molde fabricando calzado-.

Es evidente que a todos, excepto a Hunter y a Amancio Ortega, se nos escapó el enorme provecho estético que se le podía sacar al invento, aunque ante una riada o una tromba de agua importa más la utilidad que la marca, y por encima de ambas, el valor añadido de enfundártelas, sobre todo si van a retratarte o vas a salir en televisión, entre otras cosas, porque el mero hecho de llevarlas ofrece ya una palpable información al espectador.

Esta semana ha habido varios reporteros haciendo méritos al respecto, casi batiéndose en duelo figurado a ver quién ofrecía la imagen más dramática y desesperada del Jerez rural -no es culpa de ellos, obviamente, pero el extremo es tal que no cuesta imaginarse a un canal nacional ofreciendo dinero a una familia para que abandone su casa con tal de mostrar ese retrato humano, de pellizco y lágrima al punto, tan necesario para conectar con la audiencia. No ha ocurrido, pero, reitero, no cuesta imginarlo-.

No me extraña tampoco que los propios vecinos reconozcan su cansancio ante el “morbo” mediático despertado por la crecida del río y la oportunidad de que se cuente, otra vez, que sí, que se van, que pierden sus muebles y sus ropas, que les tocará de nuevo rascar el barro y enlucir sus alcobas. Pero va a ser que no, aunque el miedo no se lo hayan quitado aún de encima, ni el de inviernos venideros tampoco, porque ya se sabe que la naturaleza termina siempre buscando su curso, aunque nos empeñemos en alterárselo, o precisamente por eso mismo.

A diferencia de hace tres años, las administraciones han acrecentado su efectividad, tanto a la hora de coordinarse, como a la de seguir los pasos establecidos en el plan de emergencia, y aunque los afectados sigan advirtiendo que con una tala de eucaliptos no se soluciona el problema, solo se aminora, parece evidente que las órdenes de desembalse se han venido produciendo con cierto rigor y que tampoco cabe achacar despistes ni olvidos al dispositivo municipal a la hora de velar por la seguridad y protección de los vecinos, todo lo contrario.

Otra cosa es que, víctimas de esa afición a meter los pies en los charcos -en sentido literal-, nos encontremos con determinados representantes políticos que, en pleno afán por hacer la competencia a los esforzados reporteros televisivos y lograr idéntica trascendencia visual, hayan aprovechado para hacer méritos en mitad de algún arroyo -botas de agua incluidas- a la hora de denunciar el abandono de la red secundaria de carreteras. La imagen de Alfonso Moscoso, en pose esforzada por no perder el equilibrio, daba más para un vídeo de primera que para un informativo, pero hay tentaciones a las que, supongo, uno no se puede resistir, entre ellas, la de meterse en cualquier charco, aunque solo sea por llamar la atención, o aunque tampoco sea literal.

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