Nunca una derrota fue tan dulce y una victoria tan amarga. Eso fue lo que dijo el ex presidente de Gobierno Felipe González en 1996 cuando los socialistas perdieron las Elecciones Generales de aquel año. Una frase que viene que ni pintada para lo que ha sucedido en los comicios autonómicos del pasado domingo 25 de marzo y que bien pudiera hacer suya José Antonio Griñán.
Con la que le venía cayendo, los resultados obtenidos por el PSOE-A no son malos, pero tampoco son como para ponerse a tirar cohetes. Más bien para reflexionar sobre lo hecho y lo que a partir de ahora se debe hacer.
Aunque se entiende la euforia que se ha desatado entre los socialistas andaluces. No hay más que ver lo que les auguraban las encuestas, incluso las más favorables, y lo que finalmente les ha ocurrido. Es como si hubieran vuelto a la vida cuando ya se les daba prácticamente por muertos, en sentido figurado, claro. En las filas del PP había quien estaba vendiendo la piel del oso antes de cazarlo y, como se pueden imaginar, el chasco que se han llevado ha sido menudo.
Mantener el Gobierno de la comunidad autónoma andaluza exige un pacto con IU y no parece que vaya a ser un reto fácil lograrlo. Mucho más estando al frente de la coalición alguien que no parece haberse enterado todavía de que el problema es que no hay dinero y que para que lo hubiera en cantidad suficiente habría que cambiar, si no el mundo tal como lo conocemos, al menos las reglas del juego.
Una cosa es predicar y otra dar trigo. Ya se sabe que no es lo mismo tener la responsabilidad de gobernar que estar en la oposición. Griñán y compañía van a tener que hacer encaje de bolillos para dar satisfacción a las más que probables exigencias de la tercera fuerza en liza y no salirse del tiesto. Para tratar de llegar a lo deseable sin exceder de lo posible, que es, después de todo, el arte de la política bien entendida. Para adaptarse a lo que mandan las circunstancias.
Aunque también es verdad que hay un cierto margen de maniobra para cumplir con la austeridad que estos tiempos de vacas flacas requieren, y la mayoría de los ciudadanos comparte esa idea. Por ejemplo, con la eliminación de un sinfín de gastos superfluos, cargos innecesarios, sueldos desorbitados, corruptelas, etcétera, etcétera, y unas medidas recaudatorias más justas y equilibradas en lo que a la fiscalidad que es competencia de la administración autonómica se refiere.
En cuanto al PA, el nivel de apoyo obtenido habla por sí solo. Corre el riesgo de convertirse en un partido marginal, si es que ya no lo es. Los andalucistas, tan pobres de miras como la mayoría de los nacionalistas, no han entendido todavía, o no quieren entender, que el espíritu andaluz por definición es alérgico al chovinismo, dada su vocación de universalidad, y que es precisamente esa vocación lo que lo hace aun más grande.
El presidente en funciones de la Junta está que ni se lo cree. Andará pensando el hombre que Dios aprieta, pero no ahoga, y rogando que Valderas haga lo mismo. Arenas está que se tira de los pelos. Pilar González, como que todavía no se ha dado por enterada. Martín de la Herrán, más feliz que unas pascuas con su aventura, y los demás, satisfechos con la experiencia.
He aquí un retrato de lo que ha pasado con las últimas elecciones en Andalucía.