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El fin del mundo

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Pase lo que pase, uno tiene la impresión de que para el Fin del Mundo, nunca se está lo suficientemente preparado. Viene este pensamiento a asaltarme después de la disertación con la que Fernando Iwasaki abrió ayer el Salón del Libro Iberoamericano en la Casa Colón.


En cualquier caso, también me ronda la sensación de que si se mira como ese acontecimiento catastrófico tantas veces anunciado (la más próxima para 2012, por cierto), y hasta ahora nunca ocurrido, está sobrevalorado. Porque la realidad es que el Mundo ha terminado y vuelto a comenzar muchas veces. O mejor, lo hace constantemente. ¿Qué tiene que ver este mundo de hoy con el de la Edad Media? ¿Y con aquel del que darán cuenta las nuevas tecnologías del momento dentro de 1.000 años, si es que no hemos vuelto a las piedras y a los palos? O que le pregunten a los dinosaurios si el mundo es ya lo que era. Si es que ve uno las foto de los años ochenta y su ‘peculiar’ estilo y piensa que o estamos hablando de otro planeta o un meteorito barrió a lo seres de aquella década para traernos al nuevo siglo. Pero, ahora sí más en serio, no es menos cierto que el pequeño mundo de cada uno, ese si que puede resultar destruido por azarosos avatares que uno espera siempre que no te ocurran a tí. Y cada vida es única, recordémoslo. Hay quien no espera que en el caso de que exista un castigo para una supuesta vida eterna, pueda ser mucho peor que el infierno por el que transita en vida. Lo que ocurre, es que también nos cuesta ponernos en la piel del otro, un ejercicio sano, por lo que de humanidad comporta, que deberíamos realizar cada vez que escuchamos esas situaciones terribles que se viven a lo largo y a lo ancho del Planeta, y con las que nos suelen avasallar en los llamados días internacionales de... Yo, personalmente, desconfío de alguien que nunca haya llorado en el cine o con un buen libro (claro que hablo de gente que va al cine y que lee, la que ni siquiera hace esto al menos en el mundo civilizado y que te da esas oportunidades, me produce aún mas desconfianza). A veces, parece que las personas con sentimientos y capaces pues de empatizar, son las más abocados a desaparecer, y sin embargo, hasta los replicantes de ‘Blade Runner’ nos enseñan que los sentimientos nos salvan (y nos condenan).

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