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11-S, 23 años después

Publicado: 10/09/2024
Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

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Queda e impresiona la capacidad de una nación por fortalecer su unidad a partir de una tragedia vivida por todos los estadounidenses en primera persona
Todos recordamos con cierta exactitud dónde nos encontrábamos el 11 de septiembre de 2001 cuando ocurrió todo: la gran mayoría delante del televisor, porque coincidió con nuestra hora del almuerzo, pendientes del “parte”, como decía mi abuelo.

Yo me había dedicado a hacer zaping antes de que dieran las tres, hasta que me encontré en la CNN con el plano en directo de la primera de las torres gemelas envuelta en una humareda. En ese momento aún reinaba la confusión, hasta que, todos lo vimos, por un lateral del plano surgió la imagen de un avión que se estrelló contra la segunda de las torres.

El recuerdo es aún estremecedor casi un cuarto de siglo después, y lo seguirá siendo, como cada vez que la crueldad ha dejado grabados sus zarpazos en el alma de la memoria colectiva, con el condicionante de que aquel día también murió una parte de nosotros, como quieran llamar a lo que se nos escapó de dentro junto con los miles de gritos ahogados por el dolor y el terror. Sea lo que sea que imaginen o a lo que le pongan nombre, seguro que es algo bueno, en forma de sueño o de esperanza por ese mundo mejor al que siempre terminamos dando la espalda.  

Pero más allá del horror, del miedo, de la psicosis colectiva en torno a la seguridad y todos los cambios precipitados por aquella insuperable experiencia, queda e impresiona la capacidad de una nación por fortalecer su unidad a partir de una tragedia vivida por todos los estadounidenses en primera persona, como sus propios abuelos hicieron tras el ataque a Pearl Harbour.

En este sentido, no sólo impresiona que en menos de 20 años hayan logrado transformar aquel devastado y céntrico escenario al sur de Manhattan en un nuevo referente arquitectónico y urbanístico a nivel mundial, sino que en el mismo se respire y se palpe la posibilidad del reencuentro con todo aquello que perdimos entonces.

La experiencia no se reduce o traduce desde el asombro por el One World Trade Center, rebautizado como la “Torre de la Libertad”, por los colosales memoriales dedicados a las víctimas -incluso al corazón mismo de todo un país, que es a donde parecen dirigirse las aguas de sus inmensas fuentes-, por el museo del 11S, o por el Oculus, diseñado por Santiago Calatrava, y que recrea las alas de un pájaro a punto de alzar el vuelo, sino que trasciende como remanso consolador, como una isla dentro de la propia isla.

Este miércoles, después de que Kamala Harris y Donald Trump se hayan zancadilleado y acuchillado verbalmente desde el desprecio mutuo en su esperado debate, todos volverán a ser uno y a mirar a un mismo lugar. Estos  americanos serán lo que sean, pero no se les ocurra manchar su bandera ni su Constitución. No les envidio, pero en nuestro país me conformaría con que no nos siguieran tomando el pelo.

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