Los pactos de no agresión en el Psoe moderno duran lo que el calor en la mano tras un apretón. Poco. Que Pizarro y Cabañas aclamaran presidente a Chaves en Conil sorprende, pero no tanto como que el ex jefe de la Junta se dejara acariciar en público y con ello constatara su apoyo hacia ese sector crítico que desde la trinchera aguarda el momento de alzarse en manos como alternativa de poder socialista andaluz. Chaves no debió ir o, sabiendo a lo que iba, ha querido escenificar su oposición a Griñán aunque declare que “pincha en hueso” quien quiera verla. Pues hasta un ciego al final de una juerga. La historia reciente del Psoe andaluz ha estado compuesta por familias, cuyo siempre entre bambalinas enfrentamiento ha sido llevadero porque el poder y el mando han estado definidos, cosa que por diferentes circunstancias no ocurre ahora. Y las dudas arriba y en la corriente de votos generan intromisiones al poder de quienes pretenden conservar lo que siempre tuvieron, entre otras razones porque las urnas les avalaron y ante eso se amparan quienes vaticinan desastre a partir del 22 de mayo. Lo presagian, lo esperan y, parece, lo desean, haciendo valer aquello de que mejor un partido más pequeño pero suyo. En la última sesión del Parlamento Andaluz todos estaban atentos al cruce de miradas entre Griñán y Pizarro que, como era de esperar, no se produjo, pero no pasó desapercibido que el ex consejero sintonizara y compartiera más con Vallejo, Martín Soler y Vieira, que por diferentes matices no están en la onda actual. Lo dicho, familias. Y de ellas hay identificadas tres y, alrededor, un funambulista. A saber. Los que ahora dirigen el partido desde el último congreso, los que opositan exactamente desde el mismo momento y desde entonces han ido alimentando rencores, los que en tierra de nadie dudan dónde situarse y, sobre todo, en qué momento hacerlo porque la precipitación o la falta de ella puede resultar nociva para la salud futura y, por último, Gaspar Zarrías. Porque el presidente honorario del partido de Jaén al que quisieron homenajear los suyos desde el cariño y se sumaron todos para darle un aroma a entierro con palmas y no se dejó porque en la cuerda floja se mantiene con los ojos cerrados y a la pata coja, aguarda. Y a los suyos, que flojito dicen “Gaspar es un máquina”, les pide paciencia porque sabe que mientras otros pelean para mantener o derribar muros él pretende que de los escombros nazca una flor, la suya, que siempre renace porque nunca ha estado muerta, pero sí muchas veces herida y, por tanto, conoce perfectamente el tránsito por la enfermería. Y mientras tanto se hace fuerte desde su secretaría de estado y aspira a ganar peso en lo orgánico, donde se siente cómodo, de la mano de su íntimo Pepe Blanco, compañero de tijera y vecino de verano, que ya quiso ponerle cuando salió Pajín pero no pudo porque Zapatero lo frenó. Y a Gaspar, fontanero real del reino de antes, no le salpican ni Eres ni tramas familiares y únicamente, desde la corrección, declara que “Pizarro se ha precipitado”, a la vez que arropa a Chaves en la eterna, dirigida y mediatizada trama contra su familia, que no deja de ser el relato de un odio mediático y político sin ninguna base argumental bajo la consigna mezquina de embarrarlo todo para que quede algo de fango. Gaspar es como el funambulista sin red que cuando pierde el equilibrio y todos adivinan el esperado tortazo saca el paraguas a lo Mary Poppins y aterriza de pie y sonriente y, claro, a una parte del público solo le queda aplaudir mientras que a la otra le repatea la nueva pirueta.
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