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Niños y perros

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La sociedad británica está muy bien estructurada y es muy difícil desconocer unas normas que no necesitan la legislación frondosa de los países mediterráneos, porque se basan en el sentido común.


Por ejemplo, en Gran Bretaña, en los espacios públicos, sean restaurantes o parques, son mucho mejor tolerados los perros que los niños. Puede parecer injusto a los ojos de la mamma italiana o la madre judía española, tan sobreprotectora como proyectadora del sentimiento de culpabilidad sobre el hijo, pero los ingleses saben muy bien que los perros son mucho más dóciles que los niños, y en unos tiempos decadentes donde han desaparecido nodrizas y niñeras, mucho más. En Estados Unidos, en cambio, mucho más modernos y, por tanto, más bárbaros, son más indulgentes con los niños que con los perros, y, sin embargo, a los perros los envían a un adiestrador para que les enseñe cuándo han de sentarse y cuándo han de ponerse a andar.

En España, en cambio, hemos adoptado una solución híbrida, y mandamos el perro al veterinario y el niño al psicólogo o al pedagogo. Me cuenta la profesora Silvia Martínez, experta en educación especial, que su agenda no da más de sí, y que cada vez hay más niños hiperactivos, disléxicos o, lo que un inexperto como yo calificaría de difíciles.

El niño difícil no nace, sino que se hace, y se hace, en general, porque de la misma manera que los adultos enviamos el coche al taller, enviamos los hijos a la revisión de kilometraje emocional y cambio de aceite de la sensibilidad.

El psicólogo y la educadora son la ITV de las familias con posibles. Y el perro va al veterinario hasta que llegan las vacaciones y lo abandonamos. Todavía no alcanzamos el momento de abandonar los hijos en una gasolinera, pero vamos evolucionando hacia ello.

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