En la visita relámpago de Bush para auto bombo y auto brillo de final de su era a su lugar, seguramente, preferido para las vacaciones, Irak, un periodista le lanzó los zapatos (aquí hubieran sido las alpargatas) y le profirió uno de los peores insultos que existen en la cultura árabe, perro, pero con grandes exclamaciones.
El aún presidente de los Estados Unidos, atento seguramente a sus poses habituales, en cómo debe inclinar la ceja minuciosamente hacia un lado para no parecer malvado, o si la comisura de sus labios estaba demasiado elevada pudiendo hacer pensar que se mofaba de todo, pudo esquivar no uno, sino dos proyectiles de color marrón, aspecto duro y olor, a Toñi gracias, desconocido.
Pero de qué manera, con un movimiento de cabeza que ya quisieran para sí los mejores yudocas, hasta el más avezado de los cantantes de rap, tan hechos ellos al golpe de cuello a lo egipcio. Fue sobrenatural, ustedes lo han visto, lo vio venir, estudió las coordenadas y se lanzó, ¡sálvese quien pueda!, a buscar refugio. No sé a usted, pero eso me lo tiran a mí y me como las dos suelas, los cordones, las hebillas y demás componentes de los zapatos, botazas más bien, del que quedó descalzo.
Y desde entonces, ‘como que’ duermo peor, siendo más consciente de la que hay montada. Los líderes no son humanos, ya los ven, esquivan zapatos a lo Matrix, sin despeinarse.
La pregunta, entonces, más bien el ruego, se hace obvia. Si así es, santa Toñi, ¿dónde se hallará pues el botón para desactivarlos?