Una digna oportunidad

Publicado: 12/11/2023
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

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Le toca a cada palo soportar su vela. El viento dictatorial sopla con fuerza. La marea viene cargada de resentimiento
Siglo XXI. Época de cambios. Leyendo historia me sorprende que para fijar fecha de un acontecimiento de la antigüedad se diga, “ocurrió tantos años antes de nuestra era, lo que hasta ahora se conocía como ante de Cristo”. Acoso y derribo no solo se dan en el campo.

Si hubo un primer ancestro, también tuvo que haber una primera pareja. Los libros sagrados dicen que vivieron en un vergel paradisiaco. De todos los árboles frutales que lo componían se le dijo imperativamente, no toméis el fruto del “árbol del Bien y del Mal”. Fue la primera ley. Su incumplimiento dio lugar a la sanción, el destierro. La pasión por primera vez anulaba la razón. De aquí al Código de Hammurabi, un largo y silencioso tiempo jurídico. No fue el primero. Trescientos años antes se cita el Código de Ur-Nammun, pero aparte de la orden de escribirlo para que todo el mundo lo conociera, el de Hammurabi, es el primer código en el que se cita la “presunción de inocencia”.

La ley como norma jurídica queda impresa. Aparece la figura del Legislador. Según Gayo jurista romano, la ley “es lo que el pueblo manda y establece”, mostrando claramente sus características de generalidad, comprendiendo a todos los ciudadanos sin más excepciones que la que ella indique. Su obligatoriedad de tal manera que su incumplimiento da lugar a sanción. Su dictado de carácter indefinido mientras no haya derogación, subrogación o abrogación, nunca se emite para casos determinados, personales, ni para grupo definidos, siendo totalmente imparcial. La ignorancia no excusa. Es irretroactiva, salvo excepciones.

Los seres humanos tienen derecho a razonar, tienen ese “don” con el que se busca el establecimiento de la paz y el cumplimiento de los pactos, pero tiene una triple trampa, la pasión, la soberbia y el narcisismo, que los lleva a no ser magnánimos, sino pusilánimes, débiles o cobardes.

En los países civilizados la ley fundamental es la Constitución, norma suprema del ordenamiento jurídico. No hay ninguna ley por encima de ella. Es una disposición votada por las cámaras legislativas y sancionada por el jefe del Estado, siendo su finalidad mandar o prohibir lo acordado por los parlamentarios elegidos por el pueblo, garantes de la voluntad popular. Solo puede ser abolida total -abrogación- o parcialmente -derogación- por otra Constitución al igual que la cultura, que solo se doblega ante una cultura superior.

Parece inverosímil, pero tiene rasgos inconfundibles de certeza, que el Estado más viejo de Europa, con hasta ocho textos constitucionales en los últimos doscientos años, no sepa o no quiera por conveniencia personal o de partidos, respetar su Carta Magna y se intente, con la finalidad de conseguirlo, el poner otras leyes o decretos por encima de ella. Es más creíble que el mandamás de ellos, se “lo salta a la torera” con inaudita insolencia y cínico descaro, queriendo extraer de sus páginas conceptos no establecidos que quedan fuera de su ley,  para no levantarse de una poltrona, “chapuceramente” conseguida y que se pretende permanecer en ella por encima de todas las críticas y argumentos legales, que puedan presentarle, no sintiendo ninguna modificación en su fraudulenta sonrisa o en su concepto de progresismo.

El presidente ha perdido, por perdurar en la soberbia y pasión frente a una razón vapuleada con iniquidad, una ocasión de oro para poder haber quedado como persona digna ante los ciudadanos de su nación. Bastaba con convocar nuevas elecciones y si de nuevo volvía a producirse un resultado similar o más a su favor, podía dirigirse mediante oficial y solemne discurso a su país, diciendo: “Ya lo veis es el pueblo el que afirma nuevamente que soy la guía de su bienestar y progreso”. Pero sabe bien que las estadísticas actuales no son las que le presentan los aduladores bien retribuidos y por eso huye de celebrar nuevos comicios.

El pueblo español tiene que prepararse para lo que el futuro pueda prepararle. No es hora de presentar “la otra mejilla”, algo que queda muy bonito en las páginas de los libros sagrados, pero que fuera de estas hojas rectangulares, tiene que ser sinónimo de saber oponerse. No es tiempo de violencia política, siempre acabada en tragedia, sino de trabajo, dignidad y exigencia o dimisión si hay incumplimiento o modales opresivos de cualquier tipo, por parte de este poder tan funestamente conseguido. Partiendo además del lema que la “piel de toro” no es recortable en presencia de verdaderos españoles.

Le toca a cada palo soportar su vela. El viento dictatorial sopla con fuerza. La marea viene cargada de resentimiento. Las olas son picos de odio. La contención de su fuerza se ha mostrado hasta ahora débil. Se desborda la soberbia. El trabajo de los campos es arrasado sin miramiento por un clima de amiguismo meteorológico, donde la lluvia de decretos ahogara finalmente a toda cosecha que este sobresaliendo. El papel sea constitucional o creativo en medio de tal inundación no prevalecerá. Nos queda rezarle a Santa Bárbara.

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