Crimen en Azpeitia
Ahora ha sido Azpeitia, a la sombra de la Basílica de Loyola, cuna de San Ignacio y muy probablemente de quien o quienes durante un tiempo han hecho las tareas de seguimiento previas y necesarias para conseguir un atentado certero...
“Algo le ha pasado a Ignacio” y los terroristas desanduvieron el camino, soltaron a su rehén y quemaron el coche. En Azpeitia, silencio y conmoción. En el bar, la partida continuaba como han continuado en otras ocasiones las fiestas patronales con un cadáver caliente, también obra de ETA. Apenas sí hay nada nuevo. Los que nunca han condenado continúan sin hacerlo y de 300 trabajadores de la empresa se han quedado en silencio. Mientras quede un rescoldo, un sólo rescoldo de silencio cómplice, ETA interpretará que no está sola.
Antes ha sido Lemoniz y luego Leizarán y en ambas ocasiones ETA ganó la batalla. Se cerró la central y se cambió el trazado. La cesión de Leizarán se llamó San Lorenzo. En ambas ocasiones, antes de acudir al tiro en la nuca, se produjeron movilizaciones porque ETA tenía un apoyo sonoro. Ahora se han ahorrado el previo entre otras razones porque su capacidad movilizadora ha descendido y han ido directamente al crimen. Saben los terroristas que eso asusta y que para amedrentar a muchos basta con matar a uno. Y hoy, en el País Vasco ha vuelto el miedo.
Ayer, en el Congreso hubo unanimidad a la hora de la condena. El ambiente en la Cámara baja era de una cierta desolación. “Vienen tiempos duros”, musitaban sus señorías. Al mediodía el presidente del Gobierno y el líder de la oposición abandonaban juntos la capilla ardiente. Gestos de unidad que tienen un efecto balsámico para una sociedad cansada y escéptica y que en el caso del País Vasco encuentra acomodo en el silencio de los cobardes, y en ese otro silencio que hunde sus raíces en el miedo y en el escepticismo.
También hay palabras, muchas ya sabidas, retóricas y obligadas. Pero no puede ser llorar y sin solución de continuidad sacar a relucir el conflicto. No puede ser que el bar no se cierre de inmediato ni que la partida continúe. No puede ser que quien gobierne en el País Vasco no haya tenido como prioridad la derrota de ETA. Y para derrotarla hay que desmarcarse de sus fines, de los permanentes lamentos y trabajar de manera activa para que los terroristas y quienes les apoyan o se callan ante el horror que generan, se sientan solos y bichos raros entre los demócratas.
Mezclar nacionalismo democrático con terrorismo, además de injusto es un profundo error de diagnóstico, pero ¿sería mucho pedir al nacionalismo democrático que renunciara a sus legítimos objetivos hasta tanto ETA perdure? Esto lo propuso Ardanza y le mandaron a presidir Euskaltel para que no pronunciara discursos semejantes. ¿Es mucho pedir que allí donde se pueda se pongan en marcha mociones de censura para desbancar a ANV de los ayuntamientos en los que esto sea posible? A ETA sólo le duelen los golpes policiales y sólo entiende el lenguaje de los hechos. Todo sería hoy distinto si desde el propio País Vasco la consigna hubiera sido a por ellos, con la ley en la mano, sin atajos. Pensar en lo que hubiera podido ser y no ha sido es caminar hacia la melancolía. Mejor creer que quizás aún se está a tiempo de recuperar el tiempo perdido y que ETA ha sabido aprovechar en forma de crímenes y permanentes chantajes. Vienen tiempos duros y ante ellos sólo cabe tanta firmeza como la que tiene ETA para perseverar en su estrategia. Si los terroristas no se cansan, nosotros, los demócratas, menos. Y eso hay que demostrarlo.
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