Emilio Flor rememora su infancia en Los Moros
Por medio del teatro, el pregonero de la Fiesta de los Patios se ganó al público, ávido de escuchar sus anécdotas alrededor de su patio particular en la casa de su infancia
Antes de todo el despliegue en el escenario y prácticamente por toda la bodega, el presidente de la asociación Amigos de los Patios, José Ignacio Delgado Poullet, anunció que este 2010 será el último que el cartel se haga por encargo, por lo que en la próxima edición habrá un concurso al que se podrá presentar todo portuense que así lo desee. A continuación fue Mercedes García la que tomó el pulso a la bodega San José, que estuvo repleta (400 sillas) de gente que no quiso perderse un pregón en el que se tenía muchas expectativas, y las cubrió.
García quiso anunciar que ya ha llegado la primavera y con ella la alegría de engalanar los patios. Quiso recordar un verso de Antonio Machado que hizo suyo por un momento, porque le evocan sentimientos pasados que entonces vinieron a su mente. Hizo alusión a toda la obra de Ferreras, extensa y de calidad, aludiendo que ha tocado muchas técnicas a lo largo de su carrera, pero a la vez dando pinceladas del cuadro que descubrirían poco después el autor del mismo y el alcalde, Enrique Moresco (que estuvo acompañado por varios representantes del equipo de Gobierno y de la Corporación). En éste caben “la infancia ligada a la natalidad” pero también “generosidad y sensibilidad”. Distinguió entre dos tipos de patios y dio lugar a que el anterior pregonero, Manuel Morillo, subiera a escena y pasara su testigo a Emilio Flor, que apenas quiso hablar, más que para hilar una parte y otra de su discurso.
Comenzaron recintando distintas personas sentadas en el público, dejando asombrados a los asistentes, que suponían que Emilio Flor guardaría ases debajo de la manga, pero no justo al inicio de su pregón. Juan y Jaoquina recitaron lo que para ellos es un patio andaluz, de esos que se pueden gozar en Barrio Alto y en el corazón de la ciudad, para dejar paso a dos mujeres que conversaban con un hombre llegado de Barcelona, un portuense que, tras vivir su vida lejos, volvía a su tierra, para quedarse y reencontrarse con el patio de su infancia.
El pregonero quiso contar cómo fue su infancia en una casa ubicada en la calle Los Moros, en un patio donde habitaban la convivencia con los vecinos, las rencillas pero también el perdón. Las palabras dejaron paso a la representación de cómo jugaba o estudiaba con sus hermanos o cómo se repartía el dinero en casa entre sus padres.
Como buen educador, también quiso dar una lección de la importancia de que un niño juegue con otros, de que salga a la calle, de no encerrarse entre cuatro padres para utilizar móviles, videojuegos y otros artilugios que no llevan más que a la soledad del infante. Pidió a los niños que exijan que los mayores les cuenten cuentos y que estudien para adquirir conocimientos.
Pero también hubo lugar para el baile. Fue una bailaora profesional la que demostró sus dotes encima del escenario, que fue utilizado menos que el resto del espacio que comprende la bodega, y después salieron a escena todos los componentes de ese teatro de la vida de antaño que, como buenos espontáneos, también representaron los bailes y los cantes que se daban en el interior de los patios, que ahogaban y dejaban en secreto porque era al fin y al cabo lo que sus pobladores hacían y deshacían en el interior de sus viviendas.
Distintas postales más se representaron y un largo aplauso cerró este pregón.
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