Todo afecta a los niños, una película, una hostia de su padre, lo que den en la escuela, los problemas de los amigos, la pobreza, la riqueza, el clima. Todo forma su carácter y su arquitectura ideológica, y sobre todas esas cosas la necesidad de encajar y las tácticas de supervivencia que su subconsciente desarrolle. Todo niño tiene derecho a desarrollar este carácter y esta arquitectura ideológica con la mayor cantidad posible de herramientas a su alcance, porque los niños son prodigiosos y, donde pensamos que puede haber una mala influencia, ellos pueden encontrar una clave de vida.
Todo influye y afecta, de modo que nada influye y afecta de un modo completamente determinante, a no ser que metamos a los niños en cúpulas y, en el desarrollo de la adolescencia, la cúpula sea lo bastante fuerte para deformar su crecimiento personal, o su personalidad destroce esa cúpula, que no es más que el entorno familiar y, en los casos de regímenes totalitarios y propagandísticos, la misma sociedad en su conjunto.
Si no sabemos diferenciar ente educación y adoctrinamiento, fabricamos monstruos. Si no permitimos que los niños accedan progresivamente a todo lo que es humano, no podrán desarrollar una filosofía personal, no podrán desarrollarse como personas críticas, completas y con capacidad de entender su entorno y distinguir el engaño.
Un beso de dos mujeres en una película de dibujos animados no es propaganda, ni tiene capacidad de modificar la orientación sexual natural de la persona. Una película de sesgo machista tampoco fabrica a un machista, sobre todo si esa persona ha tenido las herramientas suficientes a su alcance para valorar el mundo, la historia de la sociedad, la biología y la psicología humanas, y sabe de dónde salen sus propias filias y fobias.
Por eso los humanistas, los progresistas, jamás podemos alentar la censura de ningún tipo, ni el revisionismo que busca el adoctrinamiento. En primer lugar, porque si hablamos del arte, la falta de libertad creativa solo redunda en la autocensura y deshumanización de la experiencia creativa. ¿Acaso un político se cree en mejores condiciones de entender y modificar una obra artística que el propio artista? En segundo lugar, porque esa injerencia transforma al arte en una rama más de la influencia política, y el disfrute, la catarsis o el aprendizaje personal acaban inhibidos por el ojo inmisericorde del Gran Hermano. No hay peor manera de apoyar una sociedad avanzada que someter a sus ciudadanos a la tiranía del punto de vista del otro. Si el crecimiento personal de las personas debe romper alguna cúpula, que no se rompa el amor al arte.
Si no establecemos un consenso social en torno a que el arte no se toca, esa ausencia de consenso va a ser aprovechada por las fuerzas que necesitan de la esclavitud mental para medrar en nuestro entorno. Si no establecemos un consenso social en torno a que los libros no se tocan, alguien quemará libros, y la gente no verá nada de malo en ello, porque hemos permitido que los libros, que el arte, se puedan tocar, revisar o censurar.
Y si pensamos que nosotros sí deberíamos poder, porque estamos en posesión de la verdad, dadle una vuelta a esto: en el futuro es posible que la sociedad sea vegana, y que, para evitar influencias perniciosas en los jóvenes, se les niegue el acceso a libros, películas, cómics o videojuegos donde se monte a caballo, la gente vista ropas de cuero y cace para poder comer. Si los niños aprenden a pensar en las escuelas, si son seducidos por la Filosofía, si se les deja crecer como seres completos, podrán entender y valorar por sí mismos el evento cultural y artístico, pero, para eso, es imprescindible que abandonemos la idea de que somos más listos, y mejores, que ellos.