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La alternativa del capitalismo

No soy economista, ni he hecho máster alguno del ramo ni en Harvard, qué más quisiera yo, ni en ninguna otra parte, así que no pretendo sentar cátedra, ni dar lecciones a nadie, pero estoy convencido de un par de ideíllas...

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No soy economista, ni he hecho máster alguno del ramo ni en Harvard, qué más quisiera yo, ni en ninguna otra parte, así que no pretendo sentar cátedra, ni dar lecciones a nadie, pero estoy convencido de un par de ideíllas y a ellas quiero dedicar esta columna de hoy para darles toda la difusión que, en lo que a mí respecta, sea posible. Dos propuestas para superar la situación de casi colapso a la que se enfrenta el orden económico imperante, tal y como lo conocemos, y, bueno, lo que más importa, para mejorar, de veras, este planetita maravilloso que poblamos. Pienso, no desde ahora, sino desde hace mucho, que la esperanza de progreso de nuestra civilización no está ni en Europa ni en Norteamérica, es decir, el hemisferio de arriba, sino en la atención que dediquemos desde éste al tercer mundo, o sea, el hemisferio de abajo. Por un lado, promover con mucha más convicción de la actual el desarrollo en los países de los cinco continentes que más lo necesitan, aumentar la riqueza y el nivel de vida de sus habitantes y su capacidad de consumo, como única alternativa que le queda al capitalismo democrático para garantizarse al menos un siglo más de durabilidad y no irse al carajo en un plazo más breve. Apunto estuvo de ocurrir eso mismo en la década de los 30 del pasado siglo, después del crack del 29, y hubo de recurrirse para evitarlo a la socialdemocracia, esto es, a volcar mayor interés hacia la clase obrera en Occidente, y brindarle más poder adquisitivo, además de nuevos derechos políticos y sociales, lo que sucedería después de la 2º Guerra Mundial y tendría como resultado la aparición del Estado de bienestar en sus distintas variantes, para que el sistema pudiera mantenerse a salvo. Por otro, frenar el cambio climático y mirar por el medio ambiente. Ése es el camino y, aunque no es fácil tomarlo, porque para empezar habría que poner de acuerdo a todas las voluntades dispares que se reparten el dominio del cotarro, no es una utopía. A fin de cuentas, lo acabamos de ver, esas mismas voluntades han sido capaces de sacar miles de millones de la chistera para afrontar esta crisis que no puedo resistirme a entrecomillar y, no obstante, plantean todo tipo de reticencias, lo que no deja de ser bochornoso e indignante, a los esfuerzos que se pongan sobre la mesa para acabar con la miseria que sufre más de media humanidad. Me pregunto si estaré en lo cierto.

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