Yo no entiendo, y fijo que mi admirado Agustín Madariaga me lo explicaría en un pispas. Seguro que lo hace pronto. Sólo (con tilde) compruebo que me tienen controlado, y de qué manera.
Voy a un restaurante, y a los pocos días recibo en mi móvil un cuadrito con varias estrellas. Alguien sabe que he estado allí, y me pide una calificación. Mal rollo. ¿Quién me dice que dentro de pocos años, además de preguntarme por el establecimiento, me inquieren sobre la cerveza que he tomado o la tortilla de patatas (sin cebolla) degustada.
Ahí no queda la cosa. Al mismo tiempo o pocos días después, alguien me hace preguntas muy concretas sobre el establecimiento, en el que evidentemente sabe que he estado. Que si tiene un acceso para discapacitados, que si vende comida a domicilio. Si respondo, educadamente, me dan las gracias.
Pero hete ahí que necesito renovar mis gafas de sol, aunque ahora con la mascarilla son más un engorro que otra cosa. Busco con mi ordenador. Siempre he usado las de aviador de una conocida marca, pero me he propuesto cambiarlas para, finalmente, siempre comprar las mismas. Busco. Rebusco. Me tomo mi tiempo. Para que se hagan una idea. Tardé cuatro años en comprarme una cámara. Hasta ahí normal. Bueno, la normalidad del indeciso. Pero como a continuación abra la página web de
El País me empiezan a aparecer constantes anuncios de gafas. Joder. Qué bastinazo. Saben que necesito unas gafas, y ya me están bombardeando.
Me contaron en una ocasión, probablemente el propio Agustín, que un marido se enteró del embarazo de su mujer porque le empezó a llegar publicidad sobre recién nacidos a su ordenador. Su esposa no le había dicho nada aún, pero sí estaba ya mirando en la red para comprar el pan que trae bajo el brazo. Y me lo creo. Vaya control. Sí. Ya sé. Habrá gente que me dirá que quite la localización del móvil. Hasta ahí llego, pero poco más.
Probablemente, el big data tendrá aplicaciones bondadosas, pero es evidente que, pese a los intentos de las administraciones de proteger la privacidad de los datos de los ciudadanos, hay un control acojonante por parte de multinacionales y estados. Y recuerden, como decía Cicerón, que el buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un poder que pretenda hacerse superior a las leyes.