Con estas palabras, Trump insinuaba su deseo de volver, en su primer mitin en Florida, tras la pérdida de la Casa Blanca y el asalto al Capitolio -ese borrón que ennegrece la democracia americana-. Es un baldón que deshonra al sistema de su seguridad nacional, como el golpe de Tejero supuso un oprobio internacional para el prestigio de España, que regresaba al concierto democrático de las naciones. En América es más dramático, puesto que no había conocido un incidente interno tan grave desde la Guerra de Secesión (1861-1865). El “Día de la Infamia” - el ataque a Pearl Harbour- fue externo: “Ayer, 7 de diciembre de 1941 —una fecha que vivirá en la infamia— Estados Unidos de América fue atacado repentina y deliberadamente por fuerzas navales y aéreas del Imperio del Japón”, exclamó Roosevelt ante las dos cámaras reunidas en Congreso. La declaración del estado de guerra cambió la suerte del mundo y reafirmó el protagonismo estadounidense.
Trump no está, ni mucho menos, en la lista de grandes presidentes americanos que han defendido las libertades en el mundo o la reconciliación en el interior. Ha favorecido la división interna, con el racismo, el supremacismo y el autoritarismo. Pero tiene millones de votantes, aunque no tantos como él se inventa para mentir sobre su incontestable derrota. Sus seguidores son paradójicamente el talón de Aquiles de la imposible renovación del Viejo Gran Partido - el Partido Republicano- porque una parte de los dirigentes del partido no pueden asumir los comportamientos y el ideario del millonario neoyorquino. Así que el Partido Demócrata se dedica a gobernar mientras los republicanos discuten. Un especialista en asuntos exteriores, Tom Nichols, ha llegado a comparar al Partido Republicano, en las formas, con el antiguo Partido Comunista de la Unión Soviética, haciendo de Donald Trump una figura heroica e indiscutible, como los soviéticos hicieron con Brezhnev.
Sus seguidores lo echan de menos pero el mundo no. Su caída ha sido un bálsamo. La Unión Europea ha agradecido las primeras palabras del nuevo presidente Joe Biden: “América ha vuelto”. El fin del aislacionismo, la búsqueda de acuerdos nucleares con Irán, un mayor compromiso con la inmigración y los derechos humanos, la lucha activa en pro del clima, el compromiso con la defensa europea y una clara apuesta por el multilateralismo son todas buenas noticias. No lo echaremos de menos.