Alfredo Arias, que es filólogo y escritor, nació en Madrid, no porque le quedara cerca de Chicote, como diría Miguel Mihura, sino a pocas estaciones del barrio de los Austrias, por tanto callejeador y gato de biblioteca con todo derecho. Ya nos entusiasmó en el 2018 con su magnífico libro “Diosas, santas y malditas (arquetipos del Eterno Femenino en la cultura)”. Y ahora nos trae “Mitos de la transgresión femenina”.
¿Por qué Inanna, la gran diosa primigenia de Súmer, decidió bajar a los Infiernos? ¿Qué hay detrás del desnudamiento de la Danza de los Siete Velos y por qué ese número? ¿Por qué el cambio de rol femenino por el masculino solía producirse en los bosques? ¿Por qué es tan cautivadora la crudelísima Nefer de Sinuhé, el egipcio? ¿Qué personaje real inspiró la Lola que interpretó Marlene?
A eso, y mucho más, quieren responder estas páginas, cruzadas de parte a parte por la transgresión, el reactivo del irresistible polo oscuro de lo Eterno Femenino… Rastros de mujeres absolutamente audaces o dueñas de una fértil oscuridad. Así, el libro aborda el sugestivo microcosmos de lo andrógino con sus componentes de liberación y mezcla de opuestos, identificable ya en la Antigüedad, en una diosa a lo masculino como Atenea-Minerva; y por igual el dominio de las mujeres fatales y su irrenunciable insumisión, presente en el arte, la literatura, el cine y otras manifestaciones, desde el turbulento siglo XIX que concibió el mito de Carmen y culminó el de Salomé.
“Mitos de la transgresión femenina”, como en el anterior “Diosas, santas y malditas”, llevan el protagonismo con su paso de reinas y su carrera de subversivas: Rosalind, vestida de hombre, enseñando a amar a un hombre; Salomé, que dice no a todos y a la que sólo le apetece lo imposible; Juana de Arco, que grita a su tropa: ¡que me siga quien me ame!, y atorrantes guerreros corren a morir por ella; Nefer, que te avisa que nunca, nunca la ames… y no puedes dejar de hacerlo. Todas, reales e imaginadas, te esperan aquí.
La mujer moderna, que va a proteger sus derechos hasta la extenuación, que va a defender su espacio libre sin ceder un solo átomo, vuelve a mirarse en los lejanos espejos de diosas independientes. Heine, que lamentaba que las deidades paganas habitaran en el exilio debe estar sonriendo en alguna parte.