Entre los trabajadores que ni en una pandemia mundial pueden dejar sus tareas y cumplir con el confinamiento al que está obligada toda la población, están los pastores y cabreros. Acostumbrados a ser invisibles y a vivir casi aislados, han puesto en marcha en Cádiz la campaña "yohoytrabajo".
"La gente no se da cuenta de la labor que hacemos los que estamos en el campo. Si los agricultores y los ganaderos nos hubiéramos paralizado ahora, si hubiéramos dejado de producir, ni los sanitarios que están en la primera línea de la lucha contra el coronavirus podrían estar haciendo su labor", asegura a Efe Pepe Millán.
A punto de cumplir 63 años, a Millán, que cuida de unas 400 cabras y 300 ovejas en Zahara de la Sierra (Cádiz), el estado de alarma apenas le ha cambiado la vida, salvo que los hombres que cada dos o tres días van a su majada, a un kilómetro y medio del pueblo, para llevarle gasóleo o recoger la leche que ordeña aparecen con guantes y mascarilla y ya no se paran como antes a charlar con él.
Pepe Millán cuida sus rebaños de ovejas y cabras en la sierra de Cádiz desde niño. Sólo lo dejó, y a la fuerza, los 18 meses que tuvo que ir a la mili y el tiempo que le costó después volver a tener su majada.
"Trabajo los 365 días del año, las 24 horas al día, no se lo que es una semana de vacaciones", cuenta a Efe casi con orgullo.
Y, por supuesto, tampoco ha parado cuando casi todo el mundo lo ha hecho para afrontar la pandemia del COVID-19 con un confinamiento de la población mundial que ni los autores de ciencia ficción se habían atrevido a imaginar.
Acostumbrado a la soledad de su jornada, en medio del campo, Pepe Millán y su mujer, su única compañera de trabajo, no han parado porque tanto los rebaños de los que cuidan, como los humanos a los que alimentan, en este caso con los afamados quesos artesanales de las cabras y ovejas payoyas de la Sierra de Cádiz, necesitan de sus manos.
Son, como los pequeños agricultores o los pescadores artesanales, el eslabón menos visible de la cadena que alimenta al mundo, también ahora en tiempos de pandemia y confinamiento.
Pepe Millan, como sus colegas, dice que tiene "una espinita clavada" porque, ni antes ni ahora, se valora el esfuerzo de quien está detrás de unos quesos que se degustan en los mejores restaurantes. "La gente en general no se dan cuanta de la labor que hacemos los que estamos en el campo", dice este ganadero.
LOS QUESOS
Jose María Fernández, presidente de la Asociación de Criadores de Raza Payoya, que engloba a 43 ganaderos que se dedican a esta raza autóctona y cuida, también con su mujer, de una explotación de 250 cabras, 120 ovejas y 40 vacas a nueve kilómetros de Grazalema, cuenta que aunque, de momento, el estado de alarma no les ha afectado y las queserías siguen recogiendo la leche como siempre, la situación puede cambiar en breve.
"Si el de la quesería vende un ochenta por ciento menos, porque los restaurantes y bares están cerrados, pues llegará un momento en el que no tienen espacio en las cámaras para guardar queso y no vendrán a por la leche", explica.
Al cierre de bares y restaurantes que compran sus quesos se une que, tanto en ciudades como en pueblos, el miedo al coronavirus hace que la gente prefiera surtirse en las grandes superficies y ya no vaya a las tiendas y mercados locales, su principal vía comercial de venta al público.
#YOHOYTRABAJO
De Ahí que los pastores y ganaderos que forman parte de esta asociación hayan emprendido una campaña con la etiqueta #yohoytrabajo", con la que visualizan que ellos, al contrario que la mayoría de la sociedad, no se quedan en casa porque las cabras y ovejas no entienden de alarmas ni decretos y necesitan salir al monte a alimentarse, ser cuidadas y ordeñadas a diario, unos cuidados sin los que podría enfermar y morir.
La asociación ha editado un pequeño vídeo, difundido en sus redes sociales, para animar a los consumidores a seguir consumiendo sus quesos.
El estado de alerta ha pillado además en primavera, cuando los rebaños producen más leche porque pueden pastar más y mejor en los campos. "Casi todos los ingresos de los ganaderos se producen ahora, no es una época que se pueda postergar", explica a Efe Olga González Casquet, una de las veterinarias que gestionan el programa de cría de esta raza.
Para seguir el control de calidad de la especie estos técnicos visitan una vez al mes los rebaños. Su visita es una de las que no recibirán durante el estado de alarma los pastores, cabreros y ganaderos.
"Los laboratorios con los que trabajamos han cerrado. Podríamos ir y, por ejemplo, seguir midiendo la cantidad de leche, pero tenemos miedo a ser un vector de contagio entre ellos, no tenemos medidas de protección. Nosotros somos jóvenes, pero ellos suelen ser mayores, son ganaderías familiares, si se ponen enfermos no habrá nadie para cuidar de los animales", explica.
EL IMPACTO DEL CORONAVIRUS
El caso de estos pastores podría trasladarse a muchas otros productores locales del sector primario.
La Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG) establece que unas 25.000 explotaciones se están viendo ya afectadas por la caída de ventas.
Greenpeace España ha pedido que en este tiempo se garantice que el sector agrícola, ganadero y pesquero local siga funcionando como una "apuesta de futuro" y para que la crisis sanitaria no se convierta también en una crisis del mundo rural.
La organización ecologista recuerda que asegurar la supervivencia de este sector es luchar también por un mundo más sostenible.
"Las emisiones de gases de efecto invernadero del sector agroalimentario, en su conjunto, son ya entre el 21 % y el 37 % de las emisiones globales totales. Esto se debe en gran medida a un modelo agroalimentario cada vez más industrializado, donde la pequeña y mediana agricultura tiene poca cabida, a pesar de que cuida de la naturaleza" y de que es el principal arma para fijar población al mundo rural, explica Luís Ferreirim, responsable de agricultura de Greenpeace.
Fuera de datos y perspectivas, con la sabiduría de su oficio, Pepe Millán se ocupa sin más de seguir cada día con su rutina y la de sus ovejas y cabras.
"Aunque el cuerpo no lo tengo tranquilo", comenta este hombre que ahora, cada noche, cuando vuelve al pueblo para dormir, saluda a su hija con distancia, él sin bajarse del coche y ella sin salir de la puerta de su casa, y se da cuenta de que hay razones para no tenerlo.