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‘America first’

Hará falta mucho más que coraje para despeinarle el flequillo a Trump, a quien cuesta poco imaginar meándose encima de la propuesta que le llegue de Bruselas

  • Trump. -

Es oficial: ni España llegará al 2% de crecimiento económico a final de año, ni creará el medio millón de empleos con el que cerró 2018. Llámenlo recesión o llámenlo crisis; al menos el Gobierno en funciones ha aprendido la lección de Zapatero y no niega las evidencias aunque estemos en precampaña, entre otras cuestiones porque sabe que, a los ojos de los ciudadanos, todos son culpables de que el país haya llegado a esta situación, sin gobierno ni parlamento que apruebe las medidas necesarias para hacer frente a los retos del presente, como náufragos a bordo de la balsa de la Medusa: un país entero a la deriva mientras unos y otros hacen sus cálculos electorales a sabiendas de que buena parte de sus promesas serán irrealizables, a fuerza de no atreverse a decir la verdad.

Ahora, como si no tuviésemos suficiente con el Brexit, váyase a Setenil o a Olvera o a Villaluenga o a Arcos, y explíquele a quienes no han hecho otra cosa que trabajar durante toda su vida, y han desarrollado una moderna y floreciente industria agroalimentaria con sus aceites, sus quesos y sus vinos, que Estados Unidos ha decidido aplicarle unos aranceles abusivos a sus productos porque la Unión Europea concedió en su día una serie de subvenciones a Airbus para la construcción de nuevos aviones. Cosas de la geopolítica contra la que poco pueden hacer, como desahogo inmediato, nuestros irreprimibles insultos a Donald Trump -el hombre que, a falta de muros, ideó poner fosos con cocodrilos y serpientes en la frontera con México-, mientras muchas pequeñas y medianas empresas empiezan a asumir su auténtica condición de rehenes en una negociación para la que puede no haber rescate.

De momento, hay que confiar en la capacidad persuasora de la Unión Europea, que guarda su propio as bajo la manga: una sanción aprobada por la OMC en 2002 contra EEUU y que nunca puso en práctica, a falta de represalias directas, como la aplicación de idénticos aranceles a productos norteamericanos en un futuro inmediato por los subsidios concedidos por la Casa Blanca a Boeing -pese al as, se parece más a una partida de ajedrez, aunque la sensación es la misma: a uno o ambos lados de la mesa no faltan los tahúres-.

Por ahora no hemos ido más allá de tirar piedras contra un dinosaurio. Hará falta mucho más que coraje para despeinarle el flequillo a Trump, a quien cuesta poco imaginar meándose encima de la propuesta que le llegue de Bruselas, literalmente. Más que encomendarse a un milagro que le haga cambiar de opinión, ya hay expertos que invitan a las empresas afectadas a hacerlo a un plan b, que no deja de ser una claudicación: seguir con las exportaciones como hasta ahora, aunque se reduzcan los beneficios, buscar mercados alternativos, o llegar a EEUU a través de terceros países, lo que tampoco parece fácil y mucho menos inmediato.

Demasiadas señales como para obviar las curvas que nos aguardan por delante, y demasiados fracasos a los que no terminamos de perder de vista por el retrovisor, como una advertencia o, peor aún, como un estigma. El nuevo gobierno de la Junta parece empeñado en que no ocurra así, definitivamente, con los fondos ITI, después de la experiencia vivida hasta ahora. Su solución pasa por la designación de un “project manager” en cada consejería que vele por la correcta tramitación de los proyectos, pero lo primero que han conseguido es que nos preguntemos si de verdad era necesario el artificio de un anglicismo para resolver una cuestión que, además de técnica, es política, como la voluntad para llevar adelante unos proyectos sí y otros no.

Y resuelto el aspecto técnico, parece evidente que hay poco interés por hacerlo con el político, que en algunos casos se reduce a pura confrontación, como se ha visto en el penalizado caso del Centro del Motor de Jerez. Hay conductas que persisten incrustadas bajo el peso de las siglas -nadie por encima de ellas-, convertidas en un hábito, como el de ganar por demérito del adversario. Donald Trump -es en lo que de verdad nos gana- lo tiene claro: “America first”.

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