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Estamos de nuevo en campaña electoral (o, más bien, seguimos en la misma desde hace casi un año) y vuelven las encuestas, los sesudos análisis políticos...

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  • Urna. -

Estamos de nuevo en campaña electoral (o, más bien, seguimos en la misma desde hace casi un año) y vuelven las encuestas, los sesudos análisis políticos y la falta de memoria de los candidatos, empeñados en construir un relato que justifique mínimamente su papel en estos meses de teatro político. Un tiempo en el que los partidos han jugado a disimular sus intenciones y a hacer como si los problemas del país pudieran quedar en suspenso mientras cumplían sus objetivos, siempre de índole partidista y casi personal.

A pesar de estos intentos, ha quedado claro que cada partido ha ido posicionándose para favorecer sus propios intereses particulares; no sus objetivos políticos sino los objetivos de quienes los integran y los de sus patrocinadores, sin otro fin que su crecimiento y perpetuación.

Por ello, pese a excusas y acusaciones cruzadas, el motivo estructural tras este juego no ha aparecido en los medios. Lo que se ha estado jugando, desde la crisis política de 2011, es la correlación de fuerzas que mantiene nuestro sistema político y económico. Y cada actor político ha ocupado el papel que le correspondía en esta partida.

Un detalle que lo explica todo: nunca, desde la UCD, ha habido un ministro que no fuera de PP y PSOE. Ser ministro es sentarse en el Consejo donde se cuenta todo lo que acontece, lo que se dice y lo que no, lo público y lo secreto. Y una costumbre de Estado de este calibre no cambia así como así, porque en el fondo, y a pesar de la crisis del bipartidismo, PP y PSOE son, se consideran y se reconocen como los únicos partidos de Estado en nuestro país. Han actuado solo en busca de cerrar esta crisis, de una forma u otra, y para conseguirlo saben que quienes ofrezcan estabilidad e ideas simples gana. En eso, nadie mejor que ellos.

El resto no ha sabido, o no ha querido, ver la lucha por acabar con la crisis por la que los grandes partidos no conseguían mayorías absolutas y así, entre los “viejos” partidos del bipartidismo, renovados en su imagen, y los “nuevos” partidos que venían a solucionar todo, parecen haberse reforzado los primeros.

El drama es que quizás la repetición electoral no cambie demasiado ese escenario. El desgaste y el cansancio puede provocar que tanto PSOE como PP crezcan sin ser capaces de asegurar un bloque de gobierno, lo que significaría reforzar el bipartidismo pero sin permitirle detentar el poder, o, al menos, no sin una alianza explícita entre ellos. Y para este viaje, no hacían falta alforjas.

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