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Sevilla

Juego y apuestas: todo o nada

Administraciones y entidades alertan de los efectos de las apuestas deportivas y el juego en general en los adolescentes

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  • Apuestas. -
  • Antonio, a punto de cumplir los 20, relata que encontró en el salón de juegos el mejor refugio: “Llegué a ganar en una semana 2.500 euros”
  • Ahora rehabilitado y queriendo estudiar Trabajo Social, llegó a robar la tarjeta a su abuela
  • El Defensor del Menor avisa de que el problema “se nos ha ido de las manos”

Antonio (nombre ficticio de un joven sevillano a punto de cumplir los 20 años) pide permiso durante la entrevista a Mª Ángeles para salir a comprar una botella de agua. Está a punto de recibir el alta terapéutica después de casi doce meses de tratamiento en los que ha aprendido a quererse, a respetarse y a pasar por un salón de juegos sin tener el impulso irrefrenable de buscar en él un “refugio”. Recuerda nítidamente el día que entró por primera vez en Proyecto Hombre después de que “mi mejor amigo” le confesara a un familiar que Antonio tenía un problema, y muy serio, con el juego. “Mi amigo me salvó la vida”, reconoce ahora.

Este adolescente, que tiene ahora un empleo y quiere estudiar Trabajo Social, es consciente de que entró en una espiral peligrosa de adicción al juego porque había “un problema detrás”. Un problema que se vio agravado cuando la chica con la que salía -“de la que estaba enchochado”- le pedía un tren de vida muy superior a lo que un adolescente de poco más de 18 años podía ofrecer. Antonio empezó entonces a buscar la manera de hacerse con dinero fácil. Y encontró en su camino la ruleta.

“En una semana llegué a ganar 2.500 euros, y, en una noche, me gasté 400 euros”, recuerda. Tal llegó a ser su obsesión por la ruleta que comenzó a robarle dinero a su abuela. “Me sabía el pin de la tarjeta. Yo lo que quería era ir a jugar porque allí sentía que me querían”, rememora.    

Necesidad de regulación

Como Antonio, en 2018, en Andalucía, fueron tratados 686 menores por adicciones al juego, según los datos facilitados esta pasada semana por el Defensor del Menor, que ha mandado un serio aviso: las facilidades para que los jóvenes apuesten y jueguen “se nos ha ido de las manos”. Hay un alto riesgo de adicción al que Proyecto Hombre, también esta misma semana, ponía cifras: más de un 10% de los jóvenes que han sido atendidos por esta asociación  en 2018 lo han sido por juego patológico y adicción a las TICs.

Las administraciones son conscientes de esta realidad. El consejero de Hacienda, Juan Bravo, en comisión parlamentaria, ha pedido al Gobierno central que regule la publicidad que promociona las apuestas deportivas, un lucrativo negocio que, en tan sólo un año, en la provincia de Sevilla, cuenta con 25 salones de juego más que en 2018, hasta un total de 177. Existen 184 locales autorizados en la provincia donde pueden hacerse estas apuestas deportivas, entre los citados salones, casinos (uno), bingos (cinco) y tiendas (una).

La recaudación por tasas sobre el juego se situó en 2018 en 165 millones de euros. De esa cantidad, 1,96 millones procedieron de las apuestas. A este dato hay que sumarle las transferencias que Andalucía recibe del Estado por lo que éste recauda como juego on line (a través del impuesto sobre actividades del juego no presenciales) y que reparte entre las distintas comunidades en función de las cantidades jugadas. En 2018, Andalucía ingresó por este concepto 22,66 millones de euros, según los datos facilitados por la Consejería de Hacienda, con las competencias en materia de juego.     

Sevilla es la segunda provincia andaluza por volumen de juego, con 448,66 millones de euros (cifra a la que hay que sumar los 22,68 sólo en apuestas deportivas). La cantidad está muy lejos de los 533,14 millones del ejercicio 2009, pero evidencia una escalada desde 2015, año en el que se registró la cantidad más baja (379,2 millones de euros) como consecuencia de la crisis económica.

Hasta aquí los datos tras los que la directora general de Proyecto Hombre en Sevilla, María Ángeles Fernández, avisa de la “falta de un modelo de atención” a la infancia y la adolescencia. “El modelo de familia ha cambiado y no hemos sabido articular otro en el que los menores siga teniendo con ellos la referencia de un adulto”. “Los menores necesitan tiempo de calidad para que seamos capaces de transmitirles los valores y las herramientas con las que tomar decisiones”, explica.

Eso, y muchas otras cosas, es lo que ha aprendido Antonio en estos casi 12 meses de terapia. Hoy, pasa ante un salón de juego y “sé que está ahí, pero no quiero saber nada” de ese mundo. Hoy, su única obsesión es poder ir devolviéndole a su abuela “poco a poco” el dinero que le robó, aunque él sabe que ella es “feliz” porque lo ve a él “feliz”.

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