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Rafa Vega: Impresiones personales

Un disco de autoedición no es pagar la edición; es grabarlo desde la batería a la voz con todos los instrumentos entre ambas partes.

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Tenía que ser músico porque lo lleva en la sangre. A los siete años ya estaba en el Conservatorio Elemental de Música. El piano, la guitarra… comenzar a componer desde pequeño. De casta le viene al galgo, en este caso porque este ubriqueño que pasó por La Isla para hablar sobre música y sobre educación, que también es profesor de inglés en un colegio para niños con problemas –lo eligió él- tuvo una bisabuela que componía para el carnaval; su tío abuelo era el Maestro Oliva, tocaba todos los instrumentos y era el director de una de las bandas de Ubrique; su abuela toca y canta, su tía también, su madre también toca el piano…

O sea, que si el niño no hubiera salido con dotes musicales lo mismo se hubieran cuestionado si era de la familia o hubo un cambio al nacer.

Rafa Vega, como músico y como educador, coincide con muchos en que el conocimiento de la música, su práctica, dota a las personas de una sensibilidad especial para entender el mundo, ni mejor ni peor, pero especial. “No sé cómo pero es así”. Y le permite además, el placer de entender qué suena en una orquesta, conocer los instrumentos “aunque el cerebro sólo esté preparado para diferenciar cuatro a la vez”, pero de cuatro en cuatro se tiene una visión de conjunto. Quizá sea eso, la visión de conjunto que da la armonía lo que haga ver el mundo como un todo complejo a la vez que singular. O lleno de singularidades.

Rafa es como su tío abuelo. Domina todos los instrumentos y de hecho su disco es de los calificados como de autoedición. No porque ha grabado un disco y ha pagado la edición en soporte físico, que es lo que se lleva en estos tiempos en los que las casas de discos sólo escogen a los susceptibles de convertirse en productos o a los genios de la música, si es que son capaces de adivinarles la genialidad. ¡Cuántos hay por esas aceras del mundo que no fueron descubiertos a tiempo! O que fueron descubiertos pero huyeron de esa cárcel de oro.

También fue el caso de Rafa Vega, hace años. Lo pusieron a grabar en grandes estudios, con contrato incluido, hasta que le dijeron que a cambio tenía que dejar a un lado su libertad. La de cantar en un bar por ejemplo. Y lo dejó.

Pero decía que el disco de Rafa Vega es de autoedición por otra cosa más importante. La batería, la percusión en general, las guitarras, los teclados, la voz, las voces… todo lo ha grabado él, pista a pista, mezcla a mezcla, hasta sacar un producto que suena mejor que bien que no en vano también es técnico de sonido. A excepción de los bajos y una guitarra en cada tema que le ha grabado un amigo, Pepe Pulido.

Si como decía uno de los grandes críticos de música del último cuarto del siglo XX, director de cine además y especialista en hacer saltar la banca de los casinos, Gonzalo García Pelayo, una buena base es lo principal en una canción porque lo aguanta todo, Rafa Vega ha cumplido la norma aun sin conocer a Gonzalo García Pelayo. Y eso fue lo que hizo que lo llamáramos para hablar con él y él tuviera la deferencia de venir desde Málaga, donde trabaja como profesor de inglés, para sentarse en el patio de Información San Fernando.

Tres canciones en inglés y el resto en español, baladas y hasta rancheras. Es un disco que pone sobre la mesa las Impresiones personales (es el título genérico) del autor, que ha ido limando día a día hasta convertirlo en una obra digna, para empezar y a partir de ahí queda todo al gusto de los que lo escuchen.

El disco estará en la calle, de forma física, desde el 10 de este mes de diciembre y puede comprarse en las plataformas digitales, además de en su propia página web. Se pueden comprar los temas por separado o el disco físico, con la particularidad de que quien lo quiera “se lo empaquetaré yo mismo y se lo mandaré”.

¿Qué diferencia a Rafa Vega de otros cantantes, de otros artistas? Dos cosas. Una, que lleva la música en la sangre y tiene que salir de alguna forma. Y esa forma es este disco. Otra, que después de la experiencia de adolescencia y con su trabajo para poder vivir con razonable comodidad, “lo único que quiero es pasarlo bien, divertirme, no tengo otras ambiciones”. Al fin y el cabo, como él dice, la felicidad es la suma de pequeñas cosas y a él le gusta componer y cantar tanto como enseñar a niños conflictivos a aprender una lengua que quizá les marque un camino con el que siquiera soñaron.

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