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Arcos

La siembra de una inquietud

En los últimos años ochenta, y de la mano de Cristóbal Romero, que sirvió de nexo de unión entre los poetas de Alcaraván y los jóvenes poetas de entonces, surgió Calima, un grupo en el que militaron Pepa Caro y, entre otros, María Jesús Ortega, autora de una poesía sensual, perfumada de romanticismo

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  • María Jesús Ortega. -

María Jesús tenía entonces, y tiene ahora, unos ojos profundos y misteriosos, y una voz cálida con la que nos enamoraba cantándonos dulces baladas o coplas de carnaval. María Jesús Ortega es poeta, profesora en el Instituto Alminares, y ha organizado la semana cultural de su instituto, donde homenajea a los viejos maestros de Alcaraván.
 
—Esta próxima semana comienza la Semana Cultural del Instituto Alminares y como organizadora pretende usted homenajear a los poetas de Alcaraván. ¿Nos lo cuenta?
—La Semana Cultural se abre para dar protagonismo a otras facetas de la actividad docente. El objetivo es dar cauce a la expresividad del alumnado (artística en todos sus ámbitos, deportiva…) y así generar, de camino la curiosidad y la iniciativa, ingredientes imprescindibles para desarrollarse como persona.  Cada año, casi sin querer, nuestra Semana Cultural empieza a bordarse en torno a un tema. Un tema que siempre surge de la sensibilidad, de la necesidad de dar a conocer a nuestros alumnos el valor del amplio abanico de su patrimonio artístico y cultural, en general. Nuestra exposición de fotografías ha acogido desde fotografías antiguas de Arcos, pasando por muestras de la asociación fotográfica Fo-Cal, muestras individuales de distintos fotógrafos, hasta la del año pasado, dedicada a la obra de don Víctor Marín. Y las temáticas han llegado a contemplar un homenaje a nuestra tradición oral que, no olvidemos, también es cultura. Como poeta y educadora, no debía pasar por alto la idea de un pequeño homenaje, un  reconocimiento a los que son nuestros maestros en la poesía. Los alumnos deben reconocer el por qué de ese “Arcos de los poetas” y tener la suerte de poder decir, no sólo que los han leído, sino presumir del orgullo de haber podido conocerlos y escucharlos. Y supe de pronto, que sería imperdonable dejar pasar esta iniciativa y esta maravillosa predisposición de los más asequibles, por cercanía física, Antonio Murciano, Cristóbal Romero o Juan de Dios Ruiz Copete. Es un lujo, y así deben entenderlo  nuestros alumnos. Pretendemos abusar de su colaboración y no solo contar con que se acerquen el próximo lunes a recitar en la sesión de inauguración en el teatro Olivares Veas, sino organizar un encuentro que, para mí, a estas alturas sería histórico de los tres alcaravanes al menos, que he reseñado, Antonio Murciano, Cristóbal Romero y Juan de Dios Ruiz Copete, ofreciéndoles la presidencia de una mesa redonda con los alumnos en el centro donde tengamos el honor de oírlos contar y recitar. Su disposición es maravillosa a  pesar de algunos problemas de salud propios de la edad o, incluso, de agenda.


—Como profesora y como poeta, ¿qué le debe usted a los poetas de Alcaraván?
—Mi deuda con su magisterio es indiscutible desde mi faceta, no solo de poeta, sino también como enriquecimiento personal: leerlos, escucharlos, no sólo recitar, sino embobarse escuchando sus conversaciones, sus anécdotas, lo que han conocido, lo que SABE, con mayúsculas, aprender. Eso es un honor. También le debo muy concretamente al poeta Julio Mariscal, al que no llegué a conocer desgraciadamente, la casualidad de convertirse en el elemento que me impulsó definitivamente a este mundo. Yo estudiaba quinto de Filología Hispánica cuando me dieron la plaza de maestra en Arcos, en el colegio de las Nuestra Señora de las Nieves. Tenía que hacer un trabajo sobre un poeta de Arcos, “un tal Julio Mariscal” y, al preguntarles a los compañeros del centro (Eduarda Vázquez -entonces directora-, Mercedes Monroy, Manuel Veas…) me di cuenta de que no podía estar en mejor sitio. Ellos, los amigos de mi poeta desconocido, me demostraron que el azar, a veces, se alía contigo para bien. Y esa circunstancia ya fue el desencadenante que me llevó a Calima, nuestro grupo de poesía.


—¿Tienen los jóvenes arcenses,  los alumnos de instituto, un conocimiento correcto de los diferentes grupos poéticos de nuestra ciudad?
—Me gustaría contestar que sí, pero la verdad es que es una asignatura pendiente. Salvo casos en que surge la ocasión, (siempre pueden surgir nombres como los poetas que nos ocupan, o Antonio Hernández y el grupo Liza, autores gaditanos, como Caballero Bonald o Fernando Quiñones…) el programa, el día a día atropellado, te deja poco tiempo para ello. Es increíble cuando compruebas que desconocen tantas cosas de su propio pueblo. Eso te hace detenerte, reflexionar y establecer prioridades como puedas. Por eso, estas iniciativas no dejan de ser un alto en el camino necesario. No hay excusa. La semilla queda sembrada y sí sé que luego, cuando te encuentras a antiguos alumnos y puedes conversar con ellos, muchos han llegado al maravilloso descubrimiento de sus propios poetas. La inquietud hay que sembrarla siempre.


—Usted formó parte del grupo Calima, formado, entre otros, por Pepa Caro. Como nexo de unión entre Alcaraván y Calima contaban con Cristóbal Romero. ¿Nos cuenta algo de aquella época?
—Antes he mencionado cómo Arcos significó para mí todo lo que necesitaba para darle forma a mi vocación poética. No puedo tener más que buenos recuerdos y gratitud por la generosidad que volcaron con estos poetillas jóvenes nuestros maestros. Nos tomaron en serio todos: podíamos  codearnos con Juan de Dios Ruiz Copete, participar en el mismo recital que Antonio y Carlos Murciano, Antonio Luis Baena  o nuestro Cristóbal Romero, que nos apadrinó y esa figura de Julio Mariscal que nos sobrevolaba y nos unía. Nos abrieron camino, recitamos en Sevilla, colaboramos en revistas sevillanas como El carro de la nieve. Todo era increíble. El nombre de Calima se decidió en el bar Alcaraván, donde nos reuníamos arropados por Cristóbal Romero. Entonces, además de Pepa Caro, Pedro Sevilla y yo estaban también José Luis Morante, maestro, de Ávila, y Mercedes Outón, maestra también, de San Fernando. Rápidamente se nos unió nuestro querido bornicho, Juan Luis Vega y, por un momento, las cervezas no cabían en las mesas de la cantidad de gente que conformaba nuestras tertulias. Creo, que lo más interesante, es que nuestros predecesores, nuestros alcaravanes, Antonio Hernández…, nos reconocieron con el honor de la continuidad de la saga poética arcense: Alcaraván, Liza, Calima. Eso nos dio la seguridad necesaria para consolidarnos inicialmente como grupo. Pero, sobre todo, siempre digo en voz alta que, lo más maravilloso, es la amistad y la complicidad que ha permanecido inmaculada entre nosotros. Nos hemos alegrado siempre, de corazón, con el éxito del otro. Y eso, en este mundillo de los artistas, es una aguja en un pajar.


—Volviendo a la semana cultural del Instituto. Además de en el homenaje al grupo Alcaraván, ¿en qué va a consistir?
—Por un lado, se convocan diversos concursos para el alumnado, no solo del centro, que han ido ampliándose con el objetivo de abarcar el más amplio espectro de la expresión artística. Así, en un principio solo había el del cartel anunciador de la Semana Cultural,  Creaciones literarias,  opinión y el de Fotografía. El año pasado lo ampliamos a Interpretación musical y Cortometrajes, ambos con unos resultados de un alto nivel de calidad. Este año hemos incluido el de Interpretación Teatral. Además, a lo largo de la semana se desarrollan multitud de actividades para el alumnado que van desde actividades deportivas, conferencias a talleres variados (incluido, como no, uno de gastronomía impartido por los profesionales de nuestro ciclo de cocina). También hay un hueco reservado para la visita de antiguos alumnos que recuerdan su estancia en el centro y les cuentan a los alumnos actuales su trayectoria desde que acabaron esta etapa. Eso sí, la organización de todo esto implica un esfuerzo adicional muy considerable que solo sale adelante con la implicación ilusionada de toda la comunidad educativa. Salimos agotados, pero merece la pena la apuesta.


—La Semana Cultural de su Instituto, ¿está abierta a toda la sociedad o es sólo para el alumnado?
—La filosofía de un centro docente es divulgadora. Nuestra mayor satisfacción es colaborar con cualquier cosa que coadyuve a dinamizar la vida cultural de nuestra localidad. Hay, lógicamente actividades internas pero, por ejemplo, siempre anunciamos que las exposiciones de fotografía, tanto las de los alumnos concursantes como la específica, están abiertas a toda la localidad en horario de tarde. Así que quien quiera podrá acercarse al centro y conocer un poco más sobre el Grupo Alcaraván. Aprovecho para agradecer al Ayuntamiento de Arcos su colaboración con los actos culturales que desarrollamos en el centro.


—Usted ha trabajado mucho la tradición oral. ¿Cuenta ésta con buena salud?
—La verdad es que no lo creo, pero no podemos resignarnos a que se pierda en el olvido. Partiendo de que la forma de vida, la globalización, son condicionantes inevitables, los profesores de Literatura o de Historia, por ejemplo, siempre encontramos un hueco en el currículum que nos permite ampliarlo y centrarlo en el patrimonio local. Así, mis alumnos han hecho trabajos desde la recogida del léxico de Arcos como de romances, juegos tradicionales, cuentos, incluso letras de carnaval… Se motivan mucho y yo les transmito mi pasión y les digo que su trabajo me sirve para ampliar la labor recopiladora que llevo realizando desde que llegué y que, durante un tiempo, compartimos Pepa Caro y yo. Es significativo que en las Zambombas de Navidad hace tiempo que deben repartirse cuadernillos con las letras. Es interesante pero peligroso, pues las versiones de Arcos se están desvirtuando incluso en su interpretación, que imita el tono aflamencado típico de Jerez, no de aquí. En este sentido, aprovecho para reseñar la labor del maestro Paco Garrido, ha luchado por la pervivencia de nuestro romancero desde la escuela, desde la semilla. Por otro lado, recordemos que para los poetas, la tradición popular siempre ha sido motivo de reconocimiento e inspiración. Y, de nuevo salen a colación nuestros poetas protagonistas. Por ejemplo, obras  recopilatorias  de Antonio Murciano como  Nochebuena en Arcos y Cancionero navideño popular o   Cancionero y Romancero popular arcense. O ese cuaderno índice que Cristóbal Romero me permitió fotocopiar y donde, durante su etapa de tendero, se dedicó a recopilar términos de Arcos y que es la base de mi trabajo.


—¿Y su actividad poética? Después de Toque de arrebato, su último libro, ¿qué?
—Mi último libro: un montón de papeles y archivos de ordenador que metí y meto, de vez en cuando, en una carpeta a la que llamé Poemas sin resolver. Con eso lo digo todo.

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