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?Alguien debería entrar en el CIE y ver lo que está pasando?

Dos ciudadanos bolivianos narran para EL FARO su experiencia dentro del CIE de La Piñera

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Muchas son las voces que se vienen alzando en los últimos años para denunciar la situación en la que se produce el internamiento de inmigrantes en el CIE de La Piñera. EL FARO ha contactado con dos ciudadanos bolivianos que sufrieron en primera persona la reclusión en el centro.

Martín llegó a España con su mujer en marzo de 2007, con la intención de regularizar su situación en el país trabajando en Madrid. En 2008, las circunstancias del trabajo le llevaron junto a su mujer a Algeciras.

Aquí, el 21 de septiembre, una patrulla de la Policía Nacional les condujo hasta el juzgado por carecer de la documentación en regla, tras ser requeridos en plena calle. “Le dijimos al comisario que era la primera vez, y que con la fotocopia del pasaporte se podía hacer algún trámite”, señala Martín.

Sin embargo, sus explicaciones no surtieron efecto. “El abogado de oficio ni nos miró a la cara”, asegura. Al día siguiente fueron recluidos en el CIE de La Piñera, separados por módulos de sexo, donde permanecieron un mes.

Allí pasaron un auténtico calvario, según relata Martín. Al llegar, le obligaron a desvestirse y quedarse desnudo. “Tienes que hacer lo que te dicen los policías”, afirma. “No cometimos ningún delito, pero te tratan muy mal, y tienes que compartir celdas con marroquíes que tienen delitos por tráfico de hachís”.

Respecto de las condiciones de reclusión, Martín evoca los malos momentos que pasó en el CIE. “Te meten en una celda junto a ocho personas, sólo con una manta muy delgada. En el baño limpian, pero es como si no limpiaran, porque siempre está muy sucio”.

El mismo recuerdo guarda de la comida: “la comida era muy mala. Nos daban de comer como si fuéramos animales. Un arroz con huevo que no sabía a nada y calamares de lata. A veces, en el desayuno, nos daban café, pero a veces nos lo daban sin azúcar y, algún día, venía con un trozo de magdalena”.

La versión de Martín coincide con la de Roberto, otro ciudadano boliviano cuya suerte fue similar. Llegó a España en 2006, cuando consiguió un trabajo en Almería con la esperanza de regularizar su situación.

Luego, las oportunidades laborales le llevaron hasta Algeciras, donde fue detenido por la Policía el 13 de octubre de 2009 por no tener en regla su documentación. El proceso fue igual de rápido, y el juzgado decretó su ingreso en el CIE.

“Me metieron en una celda junto a otras siete personas. Allí sólo tienes una colchoneta y una manta muy fina. También te dan una toalla muy pequeñita, y papel cuando quieren”.

Respecto de la comida, coincide con Martín en señalar que “la comida es malísima. Eso no es comer. Yo estuve un mes y salí con diez kilos menos”.

Maltrato
Otro de los malos recuerdos que que guardan los dos bolivianos de su estancia en el CIE es el trato que recibían por parte de los funcionarios policiales. Roberto recuerda que “el trato era muy malo. Era como estar en la cárcel. Yo tuve la suerte de que no me faltaron el respeto, como hacían con los africanos o los marroquíes. Nos hacían formar filas y que hiciéramos lo que nos decían con rapidez. Una vez llegaron a golpear con las porras en las piernas a un ‘moreno’ por quedarse rezagado. No hay derecho a ese maltrato sólo por no tener la documentación”.

La versión de Martín es más dura. “El trato de los agentes era muy estricto, sobre todo con los marroquíes”, recuerda. “Una vez, hubo un problema de que desapareció un dinero. Entraron en una celda y sacaron al patio a un marroquí. Al día siguiente apareció con muletas y con señales de golpes. Alguien debería entrar para ver lo que pasa allí. Cada vez que había una discusión en una celda entraban con cascos, escudos y gases”.

Comunicaciones
El aislamiento del exterior es otra de las situaciones que los inmigrantes tienen que sufrir en el centro de internamiento. “Sí te dejan hablar por teléfono”, reconoce Martín, “pero sólo hay dos teléfonos por patio, y se forman unas colas inmensas que, muchas veces, no te da tiempo a hablar y tienes que volver a la celda”.

Además, la incomunicación con el exterior aumenta la situación de indefensión de los reclusos. “No dejaban entrar a mi abogado. Sólo tienes una hora para hablar con él, y en el cuarto de visitas. Nunca les dejan entrar”, asegura Martín.

Roberto ratifica esta versión. “El abogado es igual que cualquier otra visita. Sólo puede estar una hora y se comunican con nosotros a través de un vidrio, por el que tienes que hablar a gritos para que te escuche”.

Esta situación ya fue denunciada por Algeciras Acoge en su último informe, en el que destacaban que “los locutorios para comunicaciones tienen un aspecto puramente penitenciario, además de no permitir la comunicación en condiciones de intimidad, ya que varias personas pueden comunicarse a la vez sin separación física entre ellos, lo que permite escuchar las conversaciones a terceras personas”.

Igualmente, el colectivo denunció que sólo existe un intérprete de inglés para subsaharianos anglófonos, incumpliendo la normativa la inexistencia de un traductor de árabe, dada la zona.

El CIE, al igual que para miles de inmigrantes interceptados en Algeciras, fue un auténtico calvario para Martín y Roberto que, durante un mes, vivieron una situación de reclusión y maltrato por no tener documentación. Ahora, los dos trabajan y han conseguido iniciar la tramitación de su regularización en España. Martín y su mujer esperan incluso un niño, que nacerá felizmente dentro de poco con el DNI español.

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